-¡Mundo estúpido! -dije, arrojándome en
otro sillón. Quería olvidar el diario, volver, cautelosamente es
claro, a aquel momento anterior a la llegada del cartero. Pero cuando
contestó supe por su voz que el momento, por ahora, había
terminado. No importa. No me importaba esperar, aunque fuera quinientos
años, ahora que sabía.
-No es tan estúpido -dijo Beatrice-. Después de
todo, no es sólo la curiosidad morbosa de esos veinte mil.
-Qué es entonces, mi amor. -En realidad no me importaba
nada.
-¡La culpa! -exclamó-. ¡La culpa! ¿Te
das cuenta? Están fascinados como gente enferma que se fascina por
cualquier cosa... Cualquier vestigio de noticia sobre su propio caso. El hombre
en el banquillo puede ser inocente, pero los que están en la sala son
casi todos envenenadores ...
¿No has pensado nunca -estaba blanca de
excitación- en la cantidad de envenenamientos que se cometen? Sólo
por excepción se encuentran parejas de casados que no se envenenen
mutuamente... casados o amantes. La cantidad –exclamó- de tazas de
té, copas de vino, pocillos de café apenas teñidos de
veneno. La cantidad que yo misma he bebido, sabiéndolo o no... y
arriesgándome. La sola razón por las que tantas parejas
-rió- sobreviven, es porque uno se asusta de dar al otro la dosis fatal.
¡Se necesita coraje para esa dosis! Pero tarde o temprano siempre
llega.