La desvergonzada sonrisa con la que respondí cuando me
entregó el diario, debe haberla sorprendido. Estaba loco de
alegría. Lancé el diario al aire y grité cantando:
-¡No hay cartas, querida! -acercándome al
sillón en que yacía la amada mujer.
Por un instante no contestó. Luego dijo lentamente
mientras arrancaba la faja del diario: - El mundo que olvida, por el mundo
olvidado.
Hay veces en las que un cigarrillo es exactamente lo que se
necesita para pasar un momento difícil. Es más que un aliado,
aún más: es un amigo pequeño, secreto, perfecto, que
entiende todo y sabe de qué se trata. Al fumar se lo mira... se
sonríe o se frunce el ceño, como lo exija la ocasión; se
aspira profundamente se exhala el humo en un lento abanico. Este era uno de esos
momentos. Me acerqué a la magnolia, y llené mis pulmones. Luego
volví y me incliné por encima de su hombro. Pero
rápidamente arrojó el diario sobre las piedras.
-No dice nada -exclamó-. Nada. No habla más que
de un proceso por envenenamiento. Hay un hombre que envenenó o no a su
mujer, y veinte mil personas han estado todos los días en ese tribunal y
se han cablegrafiado dos millones de palabras por el mundo entero después
de cada sesión.