-¡No! Parece como si estuvieras despidiendo. V
-Tonterías, tonterías. ¡No debes decir eso
ni en broma! Deslizó su pequeña mano por debajo de mi chaqueta
blanca y se aferró a mi hombro-. Fuiste feliz, ¿no es cierto?
-¿Feliz? ¿Feliz? Dios mío... SI supieras lo que siento en
este momento... ¡Feliz! ¡Mi Maravilla! ¡Mi Alegría!
Me dejé caer de la balaustrada y la tomé en mis
brazos, levantándola. Y mientras la sostenía así
apoyé mi cara contra su seno y murmuré: -¿Eres mía?
y por primera vez en todos los desesperados meses que habían transcurrido
desde que la conoci, aún contando el último, que fue, sin duda el
Paraíso, le creí absolutamente cuando me contestó:
-Sí, soy tuya.
El chirrido de la reja y los pasos del cartero sobre el
pedregullo, nos apartarn. Por un momento quedé aturdido. Me quedé
simplemente de pie, sonriendo seguramente de una manera estúpida.
Beatrice caminó hacia los sillones de caña.
-Ve tú... ve tú a buscar las cartas -dijo.
Casi... bueno, casi bajé rodando. Pero ya era tarde.
Annette llegó corriendo. -Pas de lettre -dijo.