Y yo, por supuesto, asentía, a pesar de que
íntimamente, en el fondo de mi corazón, hubiera dado el alma por
verme junto a ella en una iglesia enorme sí, enorme y elegante, atestada
de gente, con viejos sacerdotes, con The Voice that breathed o'er Eden,
con palmas y el perfume de incienso, sabiendo que afuera aguardaba una. alfombra
roja y el arroz, y en alguna parte una torta de bodas y champagne y un zapato de
seda para ser arrojado del coche... Si hubiera podido ponerle la alianza en el
dedo.
No porque me importaran esos espectáculos horribles,
sino porque sentía que quizás diluiría así la
espantosa sensación de libertad absoluta... su libertad absoluta, por
supuesto.
¡Dios! Qué tortura era la felicidad
¡qué angustia! Miré hacia la casa, hacia las ventanas de
nuestro cuarto escondido tan misteriosamente de tras de las persianas de paja
verde. ¿Era posible que ella se moviera alguna vez bajo la verde luz,
sonriendo de ese modo secreto, de ese modo lánguido y brillante
sólo para mi? Puso un brazo alrededor de mi cuello; la otra mano
cepilló hacia atrás mi pelo suavemente, atrozmente.
-¿Quién eres? -¿Quién era ella?
Era... la Mujer.