Su hermosa cabeza estaba inclinada. Pero levanté mi copa
y bebí, más bien tomé un sorbo... sorbí lentamente,
deliberadamente, contemplando esa cabeza oscura y pensando en... carteros y
escarabajos azules y despedidas que no eran despedidas y...
¡Dios mío! ¿Era mi imaginación? No,
no era mi imaginación. La bebida tenía un sabor helado, amargo,
entraño.