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Se han efectuado numerosas mediciones para determinar la altura de las cataratas de Tequendama y en Bogotá se considera casi como una obligación que todo explorador científico realice la suya. Al colombiano le resulta difícil comprender que una diferencia de unos cuantos metros en más o en menos es de poca trascendencia y que desde el punto de vista científico el tiempo requerido para tales mediciones se puede emplear en cosas más provechosas. La altura de la cascada ha sido sobre estimada en gran medida. Según las mediciones más dignas de confianza alcanzaría a 146 m o sea que superaría en dos metros la altura de la Catedral de Estrasburgo.

Es descabellado pretender comparar semejante cascada con la del Rin o las cataratas del Niágara, en las que no admiramos la altura de la caída, sino el inmenso caudal de agua que se precipita. Ciertamente, el salto cae desde una mayor altura, pero en un hilo tan delgado, que la impresión que causa es mucho más insignificante. De las cascadas conocidas sólo la de Josemite reúne una mayor altura con igual caudal. Pero lo que le asegura a la de Tequendama una posición tan descollante es el escenario con su encantador paisaje y la lujuriosa vegetación tropical.

Los colombianos, y con ellos muchos viajeros, suelen decir que el Tequendama se zambulle de la tierra fría a la tierra caliente y Humboldt parece robustecer esta expresión por su importancia cuando realza en su pequeño ensayo sobre el altiplano de Bogotá, el contraste entre el bosque boreal (encinas) en la cabeza del salto y las formas tropicales a sus pies. Y no obstante, es una expresión desdichada, como él mismo analiza en "Vues des Cordilléres", pues si algunas palmeras han llegado hasta el pie del Tequendama, se lo deben únicamente a la protección contra los vientos, siempre que no se trate de palmeras de montaña. La diferencia de altura de 1146 m es en sí demasiado exigua para mostrar diversos tipos de vegetación en un extremo superior e inferior.

Al parecer, el origen del Tequendama ya fue motivo de reflexión para los Chibchas. Humboldt relata un bello mito que extrajo de las crónicas españolas: -Botchica y Huitjaca representan el principio del bien y del mal. Luchan uno contra el otro. Botchica es un heliade, quizá el propio Sol convertido en hombre. Fluitjaca es el principio húmedo, provoca la creciente (con esto se alude a la antigua invasión de la meseta por el mar) y está personificado por la Luna. Botchica, el principio que calienta y seca, ahuyenta las aguas, las hace fluir, mediante una brecha abierta en la roca. Humboldt deduce que este mito confiere al cavado del valle y al desagüe del lago alpino una fuerza de única y violenta acción. Naturalmente, desde entonces se han modificado nuestras concepciones geológicas y nos hallamos empeñados en explicar todo acontecimiento geológico de la prehistoria a través de la acción a largo plazo de sus fuerzas activas aún hoy. Dado que el desfiladero en el cual se precipita el río Funza tiene un curso sinuoso y los estratos de sus dos lados concuerdan plenamente, es del todo improbable que se trate de una fractura originada por fuerzas orogénicas internas, antes bien es casi seguro que el río Funza o el río Bogotá, como se llama en su curso inferior, después de la cascada, haya formado esa garganta poco a poco al ir desplazando cada vez más hacia atrás su caída, a semejanza del Niágara que retrocede en forma progresiva o del Elba que quizá alguna vez fue desplazando hacia atrás la caída de Pirna hasta cortar la montaña de arenisca, próxima a Tetschen-Bodenbach. Las terrazas que se encuentran más arriba de la cascada, sobre el actual cauce nos han permitido reconocer que el río corrió en el pasado a un nivel más elevado y paulatinamente fue profundizándolo. No cabe duda que por su propia fuerza desgastó las elevaciones marginales de la planicie y de este modo desagotó el lago entonces existente. Más abajo de la cascada de Tequendama se convierte en un atronador y turbulento torrente que fluye primeramente hacia el sudoeste y luego con dirección sud-sudoeste para desembocar en el río Magdalena a la altura de Girardot.

 
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de Alfred Hettner

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