El señor Bergeret dijo a Paulina:
-Acércate para que te vea. ¡Casi no te
conozco!
Riquet tuvo una inspiración: resolvió ir a la
cocina, donde estaba la buena Angélica, y advertirla, si era posible, de
los disturbios que desolaban el comedor; contaba con ella para restablecer el
orden y arrojar a los intrusos.
-¿Dónde has puesto el retrato de nuestro padre?
-preguntó la señorita Zoé.
-Sentaos y comed -dijo el señor Bergeret-. Hay un pollo
y algo más.
-Papá, ¿es cierto que nos vamos a vivir a
París?
-El mes que viene, hija mía. ¿Estás
contenta?
-Sí, papá, estoy contenta; pero también
viviría con gusto en el campo, si tuviese un jardín.
Dejó de comer pollo para decirle:
-Papá, te admiro. Estoy orgullosa de ti. Eres un hombre
ilustre.
-La misma opinión tiene mi perrito -dijo el señor
Bergeret.