-No es posible entenderse con este ruido. Era cierto que Riquet
ladraba con todas sus fuerzas.
-El aparador está cubierto de polvo -dijo Zoé al
dejar allí su manguito-. ¿Tu criada no limpia?
Riquet no podía sufrir que se apoderasen del aparador de
aquel modo, y ya porque sintiese aversión hacia la señorita
Zoé, ya porque le diera mayor importancia que a Paulina, contra ella
lanzaba sus más furiosos ladridos. Cuando vio que ponía la mano
sobre el mueble donde guardaban el alimento del hombre, ladró tan
chillonamente que los vasos resonaron estremecidos sobre la mesa. La
señorita Zoé volvióse con brusquedad hacia el perro y le
preguntó irónica:
-¿Me vas a devorar?
Entonces Riquet huyó asustado.
-¿Muerde tu perro, papá?
-Nunca. Es inteligente y no es rabioso.
-Demuestra ser poco inteligente - dijo Zoé.
-Pues lo es -repuso el señor Bergeret-. No comprende
todas nuestras ideas; pero tampoco nosotros comprendemos todas las suyas. Las
almas son impenetrables unas para otras.
-Luciano -dijo Zoé-, nunca supiste juzgar a las
gentes.