Besó a Zoé en las mejillas, y le dijo:
-Tú no has cambiado, mi buena Zoé... Aun cuando
no os esperaba hoy, me satisface mucho veros.
Riquet no concebía que su amo hiciese a personas
extrañas tan familiar acogida. Mejor hubiera comprendido que las arrojase
de allí violentamente.
Acostumbrado a no comprender todas las acciones de los hombres,
respetaba la voluntad del señor Bergeret y cumplía su
obligación: ladraba muy fuerte para espantar a los malos; del fondo de su
garganta salían gruñidos de odio y de cólera; un
fruncimiento horrible de sus labios dejaba al descubierto sus dientes blancos;
amenazaba a sus enemigos, a la vez que retrocedía temeroso.
-¿Tienes perro, papá?
-Creí que veníais el sábado -dijo el
señor Bergeret.
-¿Has recibido mi carta? -preguntó
Zoé.
-Sí - respondió el señor Bergeret.
-No; la otra.
-Sólo he recibido una.