No era la primera vez que hablaban de aquel modo;
Angélica y su amo sostenían igual conversación en cuanto
había sobre la mesa un ave asada; y no sin más ni más, ni
por ahorrarse una molestia obstinábase la criada en ofrecer a su amo el
cuchillo de trinchar, sino como testimonio de consideración y respeto.
Entre los campesinos, a cuya clase pertenecía, y en casa de los burgueses
donde había servido, corresponde por tradición al jefe de la
familia trinchar las aves; y por hallarse muy arraigado en su alma fiel el
respeto a las tradiciones, no aprobaba que el señor Bergeret dejase de
hacerlo y delegara en ella una función magistral, en vez de realizarla
por sí mismo, ya que no era bastante poderoso para tener un jefe de
comedor, como lo tienen los Brecés, los Bonmont y otros señores en
el campo o en la ciudad. Sabía muy bien cuánto obliga su propia
estimación a un burgués que come en su casa, y procuraba, en todas
las ocasiones propicias, recordárselo al señor Bergeret.
-El cuchillo está recién afilado, y el
señor podría muy bien cortar un galón; es fácil
encontrar la coyuntura cuando el pollo es tierno.
-Angélica, hágame el favor de trincharlo.
La criada obedeció muy a su pesar, y un tanto confusa se
puso a trinchar el pollo en una esquina del aparador. Angélica
tenía, respecto al alimento humano, ideas más exactas que Riquet,
pero no menos respetuosas.