Orgullosa y satisfecha fui en busca de mi equipaje para
dirigirme luego al merkaz klitá -centro de absorción- de Ra'anana, una pequeña
ciudad al norte de Tel Aviv, donde habría de residir durante un mes mientras
localizaba un departamento propio para vivir.
Al bajar del monit -taxi-, cuyo costo había corrido por cuenta
de la Agencia Judía -Sojnut-, me encontré frente a un edificio relativamente
nuevo de estilo impreciso que tenía dos enormes escaleras a cada lado de la
puerta principal. Gente subía y bajaba sin prestar la mínima atención a mi
desconcierto. No quería apartarme de mis maletas (trágica deformación traída de
mi país de origen) pero tampoco deseaba permanecer ahí eternamente. Así que
recurrí a todo el hebreo que sabía y le dije a un joven que finalmente pareció
haberse percatado de mí: "Slija -disculpe- ¿eifo menael? -¿Dónde está el
encargado?- El chico me miró y respondió en perfecto español con un fuerte
acento argentino: "¿Vos venís a quedarte? ¿Eres olah hadasha?" Le respondí
afirmativamente y le solicité ayuda con el equipaje. Se conmiseró y me llevó
hasta la oficina donde me presentó con el encargado, otro argentino que tenía
tiempo viviendo en Israel.
Después de las preguntas de rigor, de firmar lo que me pareció
un millar de papeles, el despachador en turno me entregó unas llaves y me dijo
que mi apartamento era el 14 H que estaba en el tercer piso al final del
corredor.
Subí los tres pisos para ubicar mi vivienda y regresé a la
oficina varias veces para arrastrar y subir mi equipaje, pues, desde luego, no
hay ascensor ni persona alguna que ayude al prójimo. Este fue el primer
encuentro con la "amabilidad" israelí.
Lo que el encargado ilusoriamente llamó apartamento, era un
pequeñísimo cuarto de unos treinta metros cuadrados con una cama plegadiza y un
colchón delgado, una mesa redonda de unos 60 centímetros de diámetro, cuatro
sillas que no estoy muy segura de que resistan los pocos kilos que peso, un
armario rústico, una cocineta con los utensilios básicos y un baño con regadera.
Supongo que debo estar agradecida por todo esto ya que el tener donde dormir por
un tiempo, sin costo alguno, me permitirá localizar un verdadero apartamento sin
preocuparme de dónde me voy a quedar. Pero, querido Horacio, el lugar es tan
deprimente que quisiera salir corriendo ahora mismo para volver a casa y olvidar
toda esta aventura.