Es una confusión común entre artistas, críticos e historiadores
de arte identificar vanguardia con modernismo y, a la vez, oponer lo moderno a
lo clásico. La modernidad a veces se manifiesta bajo la forma del clasicismo,
así ocurrió con el rescate de la Antigüedad clásica durante los dos momentos
liminares de la modernidad, el renacimiento y la Revolución francesa. El
romanticismo, en cambio, es la negación a la vez de lo clásico y de lo moderno,
y en ese sentido es posible encontrar una intrincada red de influencias,
similitudes, analogías, equivalencias, correspondencias, afinidades electivas
entre el romanticismo -y también el simbolismo- del siglo XIX y las vanguardias
del siglo XX.
Este vínculo se establece tanto si se considera la definición
más restringida del romanticismo como una etapa limitada y, por consiguiente,
irrepetible, acaecida en cierta época de la cultura occidental, o si, en cambio,
se estima en su acepción más amplia de constante histórica, de forma atemporal
que se adecua a disímiles situaciones históricas, en distintas épocas, con
diversos nombres. Esta última consideración permite relacionar el romanticismo,
aun reconociendo las diferencias, con tendencias anteriores: el gótico, el
barroco, el manierismo, o posteriores, el simbolismo, el decadentismo y ciertas
escuelas de la vanguardia contemporánea -expresionismo y surrealismo sobre
todo-, en tanto opuestas todas ellas a las múltiples manifestaciones del
raciona-lismo clásico.
La idea de una línea histórica en el desarrollo del arte, que
cambia de nombre pero mantiene como denominador común su oposición al
racionalismo y al clasicismo, tiene una larga tradición en la crítica de arte
aunque difiere, entre las distintas interpretaciones, la elección del modelo o
eje sobre el que girarán las variaciones estilistas en torno al irracionalismo
anticlásico. Wilhelm Worringer -La
esencia del estilo gótico (1911)-
prefirió apoyarse en el goticismo:
"El goticismo significa para nosotros la gran contradicción al
clasicismo, inconciliable con el clasicismo, un fenómeno que no está
circunscripto a determinado período del estilo, sino que atraviesa todos los
siglos y aparece en vestiduras siempre nuevas; un modo de ser que no surge en
determinado tiempo (...) Por eso el renacimiento europeo, a pesar de su energía
niveladora, no pudo anularla por completo".1