-¿Y usted, Jabodin? -preguntó el profesor.
-Yo -dijo Jabodin, ruborizándose un poco quiero ser substituto en
Mamers.
Ya se adivinarán las carcajadas.
-¿En Mamers? ¿Y por qué en Mamers?
-Porque... porque sí...
Y nunca quiso decir por qué; pero yo lo sabía...
¡Como que nos lo contábamos todo! Había pasado cierto verano
tres meses en Mamers, y estaba enamorado como un animal, de una chiquilla de
excelente posición, si no lo tomáis a mal, y que lo amaba
también. Se escribían. ¡Cuántas de sus cartas he
leído! Ella las firmaba Gastón, ¡pobrecita! Jabodin,
se lo había recomendado, a causa de la censura, y un día
llegó a leerse en una de sus cartas: «tu amada, la que tanto te
quiere, Gastón». ¡Nunca nos hemos reído
más!... Él firmaba Cirilo. Se llamaba Cirilo. Y no podéis
figuraros a mi amigo Jabodin, tal como su madre lo había hecho, tan
gordo, y con el lindo nombre de Cirilo, dulce como un gorjeo, y que él
parecía llevar en un puño...