Yo en aquél entonces trabajaba en la editorial haciendo algunas
traducciones que solo eran reconocidas con una escueta remuneración económica,
pues siempre oficié de fantasma. Nunca logré que mi nombre apareciera en ninguna
de aquellas publicaciones, ya que mi trabajo pasaba en forma subrepticia a otro
traductor de peso, quien "en teoría" la revisaba y la mejoraba. Me he tomado el
trabajo de releer alguno de esos libros malos que me han tocado traducir, y
créanme que jamás he visto corrección o mejora alguna a mis trabajos, que
merezcan la mención de otro nombre que no sea el mío en la edición. Otra de mis
tareas frecuentes en la editorial era la de corregir libros de diversidad de
autores; algunos llegaban incluso bosquejados en pobres páginas que no
expresaban más que una idea, y yo era el encargado de darle forma y hacer un
verdadero libro de ello.
Así llegó a mis manos ese libro que ahora veo en las vidrieras,
y con él mi desgracia.
Lo primero que me sorprendió de él fue su título: "Ciudades
Muertas". pues así como la mayoría de los originales que llegan a mis manos
demandan una gran tarea de corrección y acondicionamiento, aquél título era
perfecto. Era per se un augurio de que el libro no me daría más trabajo que el
ortográfico. e incluso sentí de inmediato unas inasibles ganas de leerlo. Sentí,
además, una orfandad en mi interior al ver ante mis ojos nada menos que el
título de la obra que siempre quise escribir. Fue extraño, pues son pocas las
oportunidades en que la decepción nos inspira y alienta. En efecto, el libro era
una verdadera patraña. Una historia superficial situada en la Guerra Civil
Española, cuyo contenido histórico era una nulidad, y su componente literario un
eufemismo. Las cien hojas A4 que hacían el original, no lograban componer una
historia, y tampoco resolver el por qué de su título; pero la editorial
pretendía no solo que lo mejorara y lo hiciera legible, sino que, además,
duplicara su extensión.