Fui a ver a mi madre a su casa, en un pictórico barrio de
Buenos Aires. Está tan vieja que me da pena contarle mis pesares, mis problemas
económicos y mis soledades.
Puedo ver, en el brillo de sus ojos, su satisfacción cuando le
cuento la historia de mi vida: Una historia de deseos y sueños frustrados que,
cuando hablo con ella, mágicamente dejan de serlo y se transforman en una
realidad.
Le hablo durante horas de mis éxitos como escritor, de mis
próximas publicaciones. hace rato que le vengo prometiendo traerle un ejemplar
de mis libros y, esa mentira, no sé si subsiste a tenor de sus dificultades para
recordar las cosas -sus desvaríos y sus problemas para asimilar el paso del
tiempo- o si es el simple producto de su piedad.
He pensado largo tiempo acerca de esto y no me culpo. Es que
con todas mis mentiras acerca de mi exitosa vida, no he hecho más que tratar de
extraer de mi madre la verdad, de una vez por todas. Hace tiempo que he dejado
de ir al terapeuta, pues no lo puedo pagar; pero recuerdo que el tema de las
mentiras era central en mis sesiones. El psicólogo me hacía ver que inventar
historias sobre mi vida y negarle la realidad a mi madre sobre mi condición
actual, era un acto piadoso de mi parte, pues era evidente que me sentía
frustrado y no quería transmitirle ese pesar a una anciana que pasaba el resto
de sus días en su hogar, solo para esperar una nueva visita de su exitoso hijo.