|
|
Páginas
1
(2)
|
|
El déspota levantó el brazo derecho y dio comienzo el desfile. Avanzaron los Centauros en filas de a ocho con un comandante al frente al compás de una banda militar luciendo relucientes uniformes. Tenían la cabeza, pescuezo, torso y brazos de figura humana y el resto de caballo. Llevaban mazos y arcos, que manejaban diestramente mientras desfilaban. El primer pelotón estaba al mando del Centauro Licos, en el segundo Petraios, en el tercero Dríalos. Iba al frente del cuarto Ureios y presidía el quinto batallón Eurito, ebrio como siempre, pero manteniéndose erguido, con los ojos achicados por el efecto del alcohol. El sexto y último conjunto de soldados policías era comandado por el Centauro Neso, famoso por enamoriscado y raptor de damiselas. Terminado el pasaje de los pundonorosos militares desfilaron bailando un grupo de Ninfas vestidas de túnicas blancas, con coronas de flores y tocando sendas siringas cosa que a Ega le cayó bastante mal. No se olvidaba que la siringa era un instrumento musical que su esposo había fabricado cortando una rama del rosal. Todo se había iniciado cuando Sirinx, la hermosa ninfa hija del río Ladón había accedido a los deseos amorosos del dictador. Luego arrepentida y acongojada rogó a su padre la transformara en rosal. Ladón así lo hizo y el amante frustrado arrancó una rama y con ella fabricó una flauta que el pueblo dio en llamarla siringa para amargura de Ega. No se puede negar que Pan era un buen bailarín ya que bailando cumbia logró que la bella Sirinx bajara la guardia. La que no se la perdonó al sátrapa fue Artemisa, la Luna, que era íntima amiga de la mutilada y con la que se pasaba correteando por los montes, con unas túnicas ligeras, los cabellos sueltos, armadas con arco y flechas y seguidas por una jauría ladradora. Menos mal que Pan no tuvo la idea de seducir a Artemisa, por atentar contra su castidad ella mató al grandote de Orión. Bueno, a Pan no le atrajeron nunca las castas. Terminado el pasaje de las Ninfas, aparecieron las Bacantes coronadas de hiedra y piñas, ejecutando la primera fila música solemne con conchas marinas en honor del presidente. La segunda fila de Bacantes, vestidas de pieles, adornadas con coronas de pámpanos, haciendo sonar dulcemente sus caramillos. Detrás, en forma desordenada, hombres disfrazados con pieles de león y de tigre avanzaban cantando y haciendo música con címbalos y tambores. Se dice que fueron los precursores de los lubolos. Cerraba el desfile un grupo de sirvientes llevando un toro, un asno, una cabra, una pantera encadenada, un cerdo, una liebre en un cesto, un delfín disecado, un jabalí, un panal de abejas, una serpiente domesticada, una zorra y un perro, todos ellos adornados con uvas, pámpanos y agraz, hiedra, mano mirto, ramas de pino e innumerable cantidad de piñas. Ésta última parte fue idea del ministro de Ganadería y etcétera. Terminó la fiesta con el baile de las espadas, hubo varios cortados, en donde los danzantes, cubiertos los rostros con máscaras cómicas, trágicas y satíricas, se movían rítmicamente con sus armas desenvainadas. Al caer la tarde se dispersó la concurrencia y al despedirse de sus adláteres el jerarca máximo vislumbró algo de tormenta en las miradas que su esposa dispensaba a Selene y a él mismo. Eso, agravado con el crispamiento que de inmediato captó en su cara mitad cuando el desfile de las siringas, no le auguraba nada bueno en la cama. Apenas llegaron al palacio presidencial se encerró en el baño y aguardó que el ambiente se calmara sentado pacíficamente en el inodoro fumando un regio puro de la Habana mientras descansaba su mente leyendo las emocionantes aventuras del pato Donald y sus tres sobrinos. Cuando el silencio se hizo total salió del recinto con infinitas precauciones y constató con alivio que su dulce compañera dormía apaciblemente. Silenciosamente, sin más requilorios se acostó a su lado y decidió no despertarse bajo ninguna circunstancia. A la mañana siguiente otro gallo cantaría. Se acordó de cierto político sudamericano que sostenía que las deudas viejas nunca las pagaban y que a las nuevas las dejaba envejecer y con tan agradable idea se entregó suavemente en los brazos de Morfeo.
|
|
Páginas
1
(2)
|
|
Consiga La traición de Pandora de Héctor De Bethencourt Vidal en esta página.
|
|
|
 |
|