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CAPÍTULO I La fiesta del tirano
La tarde atenuaba el calor del verano muriente, en el horizonte rojo viboreaban luces azules intrascendentes y ya estaba todo dispuesto para iniciar el desfile de los Centauros. Pan, el presidente de las Repúblicas Unidas de El Bosque y El Prado, en el centro del estrado lucía orgulloso sus piernas, los cuernos y el pecho de macho cabrío, cubierto de lanas, su cabeza coronada de piñas, llevando en la siniestra la inseparable flauta pastoril y en la diestra la vara de pino que indicaba su poder. Se hallaban sentados a su izquierda su vieja nodriza Ginoe, su esposa la ninfa Ega, hija de Oleno, el hijo de ambos Epigan y Selene la amante oficial del señor presidente. A la derecha de su excelencia se situaban Sileno, ministro de Cultura, Economía y Culto de las Repúblicas Unidas, Dionisos, ministro de Ganadería, Agricultura, Recursos del suelo, Caza y Pesca y Silvano, el viejo ministro de Relaciones, Teatro y Diversiones. Detrás de dichas autoridades y entenados se encontraban los Panisques, los Silvestres y los Sátiros. Por último, más atrás, se apiñaba el pueblo aguardando el desfile de los soldados de la presidencia. La anciana nodriza, que orgullosamente se sentaba al lado de su admirado hijastro, parecía una vieja anodina. Se le veía arrugada, sin dientes, vestida de negro y muy flaca. Cubría su cabeza con una pañoleta oscura. Ega, la esposa de Pan, morocha, menuda, nerviosa, estaba permanentemente acomodando la ropa de su hijo Epigan al que tenía ya bastante molesto. Éste, cornudo, con pies de cabra como su padre, imberbe aún aparentaba unos doce años de vivir regaladamente. Selene, la actual amiguita del dictador, famosa por sus amoríos escandalosos, se decía que allá en el Norte con el poderoso Zeus había tenido a Pandia, su hija primogénita y que aquí ya llevaba un par de vástagos con Endimión, lucía esplendorosa, alta, rubia, occidental... ojos verdes chispeantes y una figura que hacía erizar a los Centauros cuando pasaba contoneándose delante de ellos. El desfile se iniciaba, sonaron las fanfarrias, tremolaron los pendones y la chusma lanzó destemplados gritos. Se conmemoraba el décimo año del golpe de estado en el cual, mediante la ayuda de los poderosos dioses del Norte, había asumido el gobierno de las Repúblicas Unidas de El Bosque y El Prado el hasta entonces oscuro terrateniente Pan. Su origen era confuso, muy confuso, se dice que era hijo de Hermes y de Dríope o de Zeus y de Calisto, o de Éter y de Enelo, o de Hermes, no con Dríope sino con Penélope y suma y sigue. Evidentemente su origen es indescubrible. Dicen las malas lenguas que lo más probable es que sea hijo ilegal de Zeus, el poderoso del Norte, porque éste fue el que lo colocó por la fuerza de las armas en su pedestal actual. Sean quienes sean sus padres el dictador vino al mundo con las piernas, los cuernos y el pelo de macho cabrío. Parece que la madre, la que fuera, ante tal espectáculo lo abandonó y el padre, el que fuera, se lo entregó a Ginoe para que lo criara. De hecho su madre fue ésta y así lo reconoce Pan en este acto público colocándola junto a él, buen hijo. Pan, como presidente de las Repúblicas Unidas protegía los desmanes de su ejército personal, era dueño de las mejores tierras, industrias y medios de transporte, velaba por el bienestar de su hambreado pueblo y la fecundidad de sus súbditas. Pagaba regularmente su tributo en oro y esclavos a su amo del Norte haciendo sudar el quilo a todo el que no fuera de su corte. Amaba la música y las músicas, la diversión de los suyos y procuraba el apoyo constante de Zeus, su protector, que allá lejos se reía de él diciendo que a Pan le gustaba meter miedo pero que internacionalmente no figuraba y le llamaba “el amigo del ruido”.
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