https://www.elaleph.com Vista previa del libro "Las minas del Rey Salomón" de H. Rider Haggard (página 4) | elaleph.com | ebooks | ePub y PDF
elaleph.com
Contacto    Miércoles 30 de abril de 2025
  Home   Biblioteca   Editorial      
¡Suscríbase gratis!
Página de elaleph.com en Facebook  Cuenta de elaleph.com en Twitter  
Secciones
Taller literario
Club de Lectores
Facsímiles
Fin
Editorial
Publicar un libro
Publicar un PDF
Servicios editoriales
Comunidad
Foros
Club de lectura
Encuentros
Afiliados
¿Cómo funciona?
Institucional
Nuestro nombre
Nuestra historia
Consejo asesor
Preguntas comunes
Publicidad
Contáctenos
Sitios Amigos
Caleidoscopio
Cine
Cronoscopio
 
Páginas 1  2  3  (4) 
 

-En efecto - contesté sorprendido de que este caballero estuviese tan enterado de mis pasos, que ofrecían, en cuanto a mí se me alcanzaba, interés alguno en general.

-¿Estaba usted negociando allí, no es así? - añadió el capitán Good con la rapidéz habitual de su lenguaje.

-Sí. Había, llevado un carro lleno de mercancías e hice mi campamento fuera de aquella estación, deteniéndome hasta que las hube vendido.

Sir Enrique ocupaba una silla enfrente de mí y tenía sus brazos apoyados sobre la mesa. Al terminar mi respuesta levantó la cabeza y clavó sus ojos, con ansiosa curiosidad, en mi rostro.

-¿Por casualidad encontró usted allí a un hombre llamado Neville?

-Oh, sí; acampó por mis alrededores durante una quincena, para que sus bueyes descansaran antes de continuar su marcha hacia el interior. Meses atrás recibí una carta de un abogado preguntándome si conocía algo de su paradero, la que contesté como mejor podía hacerlo.

-Sí, su carta me fue remitida. Decía usted en ella que el caballero llamado Neville salió de Bamangwato a principios de mayo en su carro con un conductor, un explorador y un cazador kafir llamado Jim; anunciando su intención de avanzar, si le era posible, hasta Ynyati, último puerto que alcanza el tráfico en Matabele, en donde vendería su carro para proseguir a pie. Añadía usted que, en efecto, vendió el carro, porque seis meses después encontró a un traficante portugués, que lo poseía, y le dijo lo había comprado en Ynyati a un blanco, cuyo nombre no recordaba, el que, acompañado de un criado nativo, partió para el interior, según creía, a una expedición de caza.

-Eso es.

Entonces hubo un momento de pausa.

-Señor Quatermain - dijo repentinamente sir Enrique;-¿ supongo que usted no sabe, ni puede imaginarse otra cosa, respecto a las razones que me... que llevaban al señor Neville hacia el Norte, ò punto a donde se encaminaba?

-Algo oí sobre ello - contestó, y me detuve, pues el asunto de que nos ocupábamos no despertaba mi interés.

Sir Enrique y el capitán Good cambiaron una mirada, y este último hizo una señal con un rápido movimiento de cabeza.

-Señor Quatermain - comenzó el primero;-voy a contar a usted una historia y pedirle sus consejos, o quizá su ayuda. El agente que me envió su citada carta me decía que yo podía confiar completamente en usted,pues usted era, tales son sus palabras, muy conocido y universalmente respetado en Natal; distinguiéndose, sobre todo, por su discreción.

Hice un saludo y bebí un poco de whiskey y agua para ocultar mí turbación, pues siempre ha sido modesto; y sir Enrique, continuó:

-El señor Neville era mi hermano.

-¡Oh!-exclamé involuntariamente, porque en aquel instante acerté con la persona que me había hecho recordar, cuando por primera vez le vi. Su hermano era mucho más pequeño y de barba obscura; pero al pensar en él, recordaba que sus ojos tenían el mismo tinte gris y la misma penetrante mirada, y que sus facciones además, presentaban cierta semejanza.

-Era mi hermano más joven, el único que tenía, y hasta hace cinco años no recuerdo nos hayamos separado por un mes. Mas,hará esos cinco años que, por desgracia, y como suele ocurrir en las familias, tuvimos un grave disgusto, y en mi cólera me conduje injusto en exceso con él-Aquí el capitán Good movió, en señal de asentimiento, vigorosamente la cabeza, y el buque dio un balance tan grande que el espejo, colgado enfrente, en la pared de estribor, estuvo por un momento casi encima de nosotros; de manera que yo, que sentado y con las manos en los bolsillos, miraba con fijeza hacia el techo, pude observar sus repetidos marcados movimientos de aprobación.

-Supongo, usted sabe-continuó sir Enrique; -que si un hombre en Inglaterra muere intestado, y no tiene otro capital, sino tierras o bienes, raíces, todo pasa a ser propiedad de su primogénito. Precisamente esto ocurrió cuando reñimos; nuestro padre murió intestado, pues había ido difiriendo el hacer su testamento hasta que llegó a ser demasiado tarde para ello. El resultado fue que mi hermano, a quien no se había dado profesión alguna, quedó sin un centavo de qué disponer. Era mi deber, como es natural, haber atendido a todas sus necesidades; pero entonces nuestro enojo era tan grande, que no, para vergüenza mía lo digo (y suspiró profundamente), le hice la menor oferta. No es que yo le guardara rencor, no; esperaba que él acudiera a mí, y él jamás lo hizo. Siento molestar a usted, señor Quatermain, con todos estos datos; pero debo esclarecer cuanto ha pasado, ¿eh Good?

-En efecto, en efecto- contestó el capitán;- y estoy seguro que el señor Quatermain no repetirá una palabra de esta historia.

Por supuesto - dije yo;- pues no hay cosa que me enorgullezca más que mi discreción.

Bien - continuó sir Enrique; -mi hermano poseía de su propia cuenta, en aquella época, unos escasos millares de pesos; sin decirme una palabra, reunió esta mezquina suma y, tomando el nombre de Neville, marchó para el Africa Austral con la loca esperanza de hacerse una fortuna: así lo supe más tarde. Pasaron como tres años sin que lograra recibir noticia alguna de él, aunque le escribí varias veces; sin dudal- mis cartas no llegaron a sus manos. Pero a medida que el tiempo transcurría, mi inquietud por su destino aumentaba más y más; conociendo por experiencia, señor Quatermain, que la sangre no es tan muda como el agua.

-Nada más cierto-afirmé por mi parte pensando en mi hijo Enrique.

-Comprendí, señor Quatermain, que hubiera dado gustoso la mitad de mi fortuna por saber que mi hermano Jorge, el único pariente que me resta, vivía sano y salvo, y que algún día había de volver a verle.

-¡Pero nunca lo hizo usted, Curtis!-exclamó rudamente el capitán Good, mirando a la cara de su amigo.

-En fin, señor Quatermain, con los días que pasaban iba aumentando mi ansiedad, y con ella la necesidad de saber si mi hermano vivía ò había muerto, y si vivía conseguir volverle a nuestro hogar. Comencé mis investigaciones, y la carta de usted ha sido consecuencia de ellas. Hasta hoy todo va satisfactoriamente, puesto que está probado que, hace poco, Jorge existía; pero esos medios no bastaban a las exigencias de mis deseos, por lo que, queriendo abreviar, me resolví a buscarlo personalmente; y el capitán Good ha tenido que acompañarme.

-¡Vaya una bondad !- exclamó el capitán; - a no ser que hubiera preferido las vigilias de la media paga con que mis lores del Almirantazgo me han retirado del servicio. Y ahora, señor, espero que usted nos contará cuanto sepa o haya oído del caballero Neville.

 

 
Páginas 1  2  3  (4) 
 
 
Consiga Las minas del Rey Salomón de H. Rider Haggard en esta página.

 
 
 
 
Está viendo un extracto de la siguiente obra:
 
Las minas del Rey Salomón de H. Rider Haggard   Las minas del Rey Salomón
de H. Rider Haggard

ediciones elaleph.com

Si quiere conseguirla, puede hacerlo en esta página.
 
 
 

 



 
(c) Copyright 1999-2025 - elaleph.com - Contenidos propiedad de elaleph.com