-Hace diez días. Esta semana no fui porque ya me dolía mucho.
-¡Ay, el fútbol! -dije-. Seguro que le empezó a doler uno o dos días después
del último partido.
Augusto dijo "sí" moviendo la cabeza arriba y abajo. En especial más abajo de
mi cuello, de donde no podía quitar los ojos.
-A ver, sáquese los zapatos, las medias y los pantalones y acuéstese en la
camilla.
-¿Qué es?
-Si me enseñaron bien, no es más que un estiramiento... -le contesté, dándole
la espalda. Cuando me di vuelta, muy obediente, estaba en la camilla, en boxers
y camisa...
(Guau... vaya, vaya con Augusto. Hermoso ejemplar de hombre)
Me preguntaba, al principio, para qué elegí kinesiología... pues bien,
Augusto es una de las respuestas. Tengo una sensibilidad especial, y no
solamente en las manos. Percibo, presiento. Y con este muchachote, lo comprobé
una vez más. Porque ni bien le puse la mano en la pantorrilla, me corrió una
extraña, cálida y excitante sensación por todo el cuerpo. El último paciente, a
solas con él, y doble contra sencillo que estaba bien dispuesto para los
masajes.
Lo primero es lo primero, así que le traté el músculo estirado hasta que me
dijo que sentía alivio, así que de ahí en más empecé a subir por las rodillas y
esos muslos fuertes y sólidos como columnas griegas, deslizando las manos arriba
y abajo alternando la presión. Los muslos de los hombres, me pierden, ¿lo
sabían?
Es el momento cuando empezó a contener la respiración y se le erizaron todos
los pelitos del muslo.
-¿Qué actividad tiene, Augusto? -pregunté, mientras en silencio me decía:
"¡Acá vamos!".
-Trabajo en computación y estudio... ¿por qué lo pregunta? -él.
-Porque está muy tenso... estresado... -aventuré.
-Y sí... usted sabe -parco, el muchacho.
-Sí, yo sé -yo en voz baja, como si me lo estuviera diciendo a mí misma.
Seguí subiendo con las manos.
-Relájese, cierre los ojos, aspire por la nariz y exhale por la boca...
despacio...
Y el bello ejemplar de macho que tenía entre las manos, se relaja y "Ya es
mío", me digo, pensando que un agotador día de trabajo, merece alguna
recompensa, qué joder.
-Inhale... exhale... sienta fluir la energía -le digo, con mi mejor voz de
gata y él que se entrega porque desde que llegó que no puede evitar mirarme las
tetas que tensan el ambo, como si yo tuviera los ojos en el pecho.
Y dale que sigo con las referencias a que respire hondo, que sienta fluir la
energía,
Le hablo con suavidad, sin dejar de tocarlo cada vez más cerca del boxer, y
con una mano amortiguo la luz y le sugiero que le ponga colores al aire que
inspira, y me concentro en un conjunto de técnicas de masaje de origen taoísta.
El Chi Nei Tsang da resultado, porque Augusto suspira encantado,
entregado al deseo que le transmito, sometido por completo a mis manos, y eso
que todavía estoy en el muslo, menos mal. Porque de repente el boxer empieza a
parecerse más a una carapita que a un calzoncillo.
Definitivamente, los chinos saben de esto, je.
-A ver... deje que lo ayude -le digo, lo suelto por un momento y le saco la
camisa y Augusto ya es todo para mí solita.
Cuando lo miré a los ojos, me acordé de aquel profesor de la facultad que un
día me explicó que lo primero que revela el estado interior de una persona son
los ojos, pero que el espíritu y la mente se manifiestan escribiendo en el
peculiar idioma de la cara, del cuerpo, de los pies y las manos. El lenguaje del
cuerpo, que se manifiesta aunque uno no se dé cuenta.
Augusto no se resistió, dicho sea de paso. Se dejó guiar a un estado de
relajación profunda y de excitación feroz, a juzgar por la forma en que abultaba
el boxer. Y aunque se me hacía agua la boca, me aguanté un poco más y lo llevé a
ese mundo de sensaciones, estimulándolo con el aceite esencial que me puse en
las manos y entonces sí, enganché la cuarta -como dice un amigo mío, Rubén
"Perico"-, y pisé el acelerador a fondo...
No me olvidé ni de la
aromaterapia, con aromas de lavanda y sándalo, cuando empecé a desabrocharme la
chaqueta del ambo, porque Augusto estaba a punto de caramelo y yo, mojada hasta
las rodillas y alucinando.
¿Y el tratamiento del estiramiento?
¡Ah, eso!
Del estiramiento, se curó en el acto.