Secretos de una kinesióloga
A veces me pregunto por qué elegí ser kinesióloga en vez de médica. Tal vez
me lo propuse para tener cuerpos desnudos a mi alcance, para poder mirarlos,
para poderlos tocarlos, acariciarlos. Un médico, por lo general, termina
insensibilizándose y viendo a todos los pacientes igual. También alguna vez se
me cruzó por la cabeza estudiar odontología, pero no sé qué pasó.
Bueno, no vayan a creer que en esta actividad es muy distinto que digamos,
porque todo se maneja formalmente. Por lo general, mis colegas no se hacen estas
preguntas -al menos no me lo dicen-, y para la mayoría un paciente es alguien a
quien hay que rehabilitar o aliviarle los dolores. Para mí son hombres y mujeres
que también necesitan ser escuchados, confortados, contenidos y hasta
mimados.
Por ejemplo, recuerdo a Augusto. Un primor de muchacho. Joven, fuerte,
apuesto e inteligente.
Había dejado un mensaje en la grabadora del teléfono, solicitando un turno.
Después del: "Por favor, en este momento no podemos atenderlo, deje su mensaje y
lo llamaremos a la brevedad" y el pitido, la voz aterciopelada que me llamó la
atención. Por un momento traté de imaginarme cómo sería el dueño de esa voz.
Quien lo llamó fue mi asistente, que lo puso en el último turno, demasiado
tarde para mi gusto, porque a esa hora, cuando ya es de noche, siento que no
puedo más de cansancio y lo único que anhelo es una ducha, la cena y la
cama.
Cuando abrí la puerta del consultorio para hacerlo pasar, me llamó la
atención lo apuesto que era. Inés -mi asistente se llamaba Inés-, estaba por
irse.
-Adelante -le dije.
-Buenas noches, doctora -me sorprende que la mayoría de la gente le ponga el
título a toda mujer con guardapolvo blanco.
-Hasta mañaaaaanaaaa -canturreó Inés.
La despedí y cerré la puerta de mi despacho.
-Bueno, señor...
-Augusto, doctora.
-¿Qué le anda pasando, Augusto?
Me contó del dolor en la pantorrilla derecha y dejó sobre mi escritorio una
pila de análisis y estudios que se había hecho. ¡Guau! Demasiados para un
muchacho tan joven, y no aparecía nada anormal.
-¿Usted juega al fútbol? -le pregunté, metiendo papeles y radiografías en el
sobre.
-Sí.
-¿Cuándo fue la última vez que jugó?