Enero de 1981 conoció a quien
sería el hombre que la acompañaría el resto de su vida, y así fue. Transitaron
veintisiete años juntos, tres hijos biológicos, una hija del corazón y dos hijas
del primer matrimonio de este hombre.
Queriendo acercar a la familia,
él la convence que se acerque a su madre, que no iba a lastimarla nuevamente, a
sus hermanas, a su padre...
¡Cuan equivocado estaba! ¡Cuánto
dolor, cuanto desprecio, cuanta miseria humana!
Mary pierde una hija: ¡muere
Bárbara! Su madre no pudo acompañarla en ese momento,
Mary se opera del corazón. Ni la
madre ni las hermanas se acercan para ver si vivía o no.
Mary le pide a Dios que la lleve,
que no quiere vivir más, no puede superar la muerte de su hija, al poco tiempo
se le diagnostica cáncer de mama, la lucha fue tremenda, pero salió adelante.
Por supuesto que su familia primitiva, no se dio por enterada, ya a esta altura,
valoraba tanto lo que habían construido juntos, los hijos, su familia, que con
mucho trabajo y muy poco tiempo, empezó a agradecerle a los afectos, a
demostrarles de a poquito, a animarse a un abrazo, a pedirles un beso, a
tomarles una mano y fue tan pero tan feliz, que pudo dejar allá lejos los
dolores del alma, un alma emparchada con caricias de manitas chiquitas, comunes,
diferentes, sinceras, ingenuas y puras. Logró tener todo, todo lo que ella había
soñado, que ya no eran ni el príncipe azul, ni la inalcanzable hermana mayor. Ya
no eran Mummy and Daddy.
Éran los afectos puros,
tangibles, rebosantes de calor, de orgullo, de los que colman, llenan,
satisfacen, mitigan y sobre todo perduran para siempre.
Es una partecita de lo que esta
mujer maravillosa intenta mostrarte con sus letras.