Pero como toda moneda tiene dos
caras, a partir de ese momento también aprendió a sobrevivir. Desde ese momento
se endureció, se habituó a no demostrar ni miedo, ni dolor, ni el pis que se le
escapaba, ni vergüenza ante la humillación o la ridiculización. No pudo
demostrar más nada. Ni lo que sentía y que preservaba. Le llevó cuarenta años de
vida poder decirle a sus hijos: "¡Los Amo!"
Cuarenta años son muchos
años, pero aprendió a demostrar y a mostrar. Pudo hacerlo, convenciendo a esa
niñita que habían dejado abandonada a traición que eso era un espejismo, una
película vieja y deslucida, una sensación ilusoria. Que la vida había cambiado y
que ya no necesitaba fingir más dureza, que podía abrirse y amar.
Trece años pasó educándose en el
Instituto Anglicano Allen Gardiner, protegido y subvencionado por la
comunidad Inglesa, adonde iban a parar los hijos de ingleses que por el motivo
que fuere, no podían vivir con sus padres.
Un tiempo después también fue al
instituto su hermano varón y dos hermanas, pero todos terminaron expulsados y
volvieron a Buenos Aires a continuar la vida con su madre y sus hermanas
mayores.
Mary no. Ella siguió en el
instituto. Sabía que la única oportunidad de tener una vida digna y de salvarse,
estaba en el estudio. Y a tal punto se esforzó y se esmeró que fue elegida por
la directora del Saint Mary School de La Cumbre para terminar sus
estudios secundarios y, cuando los terminó, le ofrecieron dar clases de inglés
en el establecimiento.
Sufrió lo que sufre todo ser
humano al que lo han despojado de sus afectos y lo han abandonado. Sufrió mucho,
Mary, pero sobrevivió.
Pese a esa extraña
enfermedad conocida como Corea o
Enfermedad de Huntington -vulgarmente llamada Mal del Sambito-, que había
heredado de su madre y ésta a su vez de su abuela. Cuando se la detectaron,
permaneció internada dos años en el Hospital Británico de Buenos Aires y durante
todo ese tiempo, la familia la visitó en dos o tres oportunidades a pesar de
vivir en pleno centro de la Capital Federal, a pocas cuadras del hospital.
Regresó a Córdoba y allí terminó
los estudios, siendo jovencita volvió a intentar compartir la vida con los
suyos, dejando atrás escondido, muy escondido el dolor del abandono, pero no. No
había lugar para ella, así que como ya era costumbre buscó, un internado para
cursar la carrera de Enfermera Profesional, se recibió y encontró a su primer
amor. No le importó que su amor no fuera correspondido pero bueno, era un
intento.
Llegó el tiempo de irse del
Hospital Alemán y la familia no era lo que era para los demás, así que busco una
pensión y comenzó a vivir en la gran ciudad. A los pocos años -sólo tenía
veintidós-, conoció un muchacho y en el mes de octubre de 1980 se casó. No duró
mucho el matrimonio. A principios de diciembre se separó para siempre, otra
frustración, otra decepción para su familia.