Mara estaba excitada, porque preveía que podría descubrir
muchos de mis secretos esa noche. En cambio el Vasco era más discreto, y trataba
de disimular su propia curiosidad, que podía ser aún mayor.
Mara trajo el vino, lo puso cerca de mí y me pidió que lo
abriera. No había a la vista un sacacorchos ni nada que se le pareciera. Sólo la
botella cerrada.
Levantó la vista, me miró y preguntó, como distraída:
-¿Podés abrirla Marcial?
-Sí, por supuesto -respondí educadamente.
El Vasco, que aunque no miraba estaba atento, hizo silencio y
como sin importarle la escena se fue acercando lentamente.
Callado dude, y después de cuatro infinitos segundos levanté mi
mirada hacia Mara, que hasta ahí sonreía, y le dije: -¿Me podrías dar un
sacacorchos?
Ella se dirigió a la cocina, frustrada, mientras el Vasco ponía
música para armonizar un poco el ambiente.
Comimos un asado de cordero con una salsa de ciruelas
maravilloso.
Mara había dirigido un restaurante durante muchos años. Y se
notaba en esa mesa, aunque combinaba cosas como langostinos y cordero.
Hablamos de otros viajes. Ellos había dado varias vueltas al
mundo. Yo inventé otros, porque no quería desentonar, y porque mi trabajo y mis
ingresos no me permitían darme ciertos gustos.
Más tarde abrimos otra botella de Malbec, y después del postre
volvimos al living.
Los tres teníamos los ojos un poco burbujeantes para esa hora.
Yo sabía que me tenía que ir mientras todavía tenía el control de la
situación.