Mara nos ofreció unos langostinos con una salsa marroquí
buenísima mientras disfrutábamos de la charla.
Me hacían preguntas de todo tipo, todo el tiempo.
También me contaron que sus hijos seguían en el exterior,
aprobando sus exámenes, y que creían que en un par de años estarían de
vuelta.
Aquella vez en el spa me habían visto sin querer hacer crecer
unas flores en la ventana de mi habitación.
Yo había aprendido a hacer crecer flores y otros seres.
Ellos pasaban justo en ese momento por el jardín, vieron el
hecho y me miraron, y esa noche me abordaron en el restaurante.
Me acuerdo que después de negar todo terminé diciéndoles que
era investigador genético especializado en plantas, y que podía acelerar el
crecimiento de algunas especies con un preparado químico que había descubierto.
Siempre desconfiaron de esa explicación.
Pero esa noche parecían decididos a saber más.
Pasamos a la mesa.
-Que suerte que no trajiste vino, porque tengo un...
-Malbec 1996... -completé.
Ella me miró delicadamente como con una sonrisa cómplice.
-¿Y sabes dónde lo guardo? -preguntó con tono adolescente, casi
desafiante.
-¿Que cosa? -pregunté yo, pero ya era tarde. Los dos se miraron
entendiendo que yo sabría. Debería tener más cuidado.