Cuando le di la señal hizo un viraje brusco y frenamos sobre
uno de los adoquines. Me concentré y recuperé mi tamaño normal inmediatamente.
Me agaché y coloqué nuevamente a la hoja y sus tripulantes en la cuneta para que
siguieran viaje. Me despedí.
Caminé pocos metros, subí una corta escalera y toqué
timbre.
Mientras escuchaba los pasos de Mara que se acercaba a la
puerta para abrirme, me concentré nuevamente y mi traje se secó en un
instante.
Yo había aprendido a secarme la ropa.
-Marcial, qué puntual, ¡qué alegría verte!
-Hola Mara, gracias por invitarme.
-No estás nada mojado, con esta lluvia.
-Es que me trajeron unas amigas hasta la puerta.
Entramos.
Bajamos el desnivel que nos llevaba al living principal donde
estaba el Vasco sentado en su sillón, junto a la ardiente chimenea, luchando
contra el húmedo tabaco de su pipa.
Cuando me vio se acercó y me dio un cálido abrazo.
Eran gente muy buena.
Los había conocido por accidente en un spa de montaña en unas
vacaciones hacía tres años. No se imaginaban ellos que habían sido mis últimas
vacaciones. Esa vez había ganado un sorteo en un supermercado y me habían
regalado un pasaje con estadía para ese lugar. No me lo creyeron.
Pensaban que yo era un excéntrico que viajaba solo.
Nos sentamos en el living a tomar un cognac frente al
fuego.