-Y yo no estoy seguro de ser el único que pueda hacer estas
cosas. Si hay más, prefiero no saberlo, porque como decía recién, esto mal usado
puede tener consecuencias inimaginables. Les pido perdón por haberles mostrado.
Por favor perdónenme -y se puso a llorar.
Los Nontoldi estaban shockeados. No sabían qué decir, porque
sabían que habían insistido más de la cuenta.
Marcial se levantó y se dirigió a la puerta. No los quiso
saludar. Levantó la mano desde el umbral, y sin dejar que se acercaran a él les
dijo: -Discúlpenme, por favor, no sé cómo pedirles perdón. Gracias por la cena
-y bajó los escalones de la entrada.
Ya no llovía. Mara y el Vasco se quedaron allí, en la puerta,
mirándolo sin hablar, y Marcial desapareció por la esquina. Ellos volvieron
adentro y se quedaron un largo rato en silencio en el living, realizados y
turbados.
Marcial se quedó en la esquina mirando el barrio. Se había
olvidado el paraguas en la casa, pero ni iba a volver a buscarlo.
A los diez minutos afortunadamente volvió la lluvia, y
apesadumbrado pero con paso firme caminó de vuelta por la vereda opuesta hasta
situarse justo enfrente a la casa de sus amigos.
Se quedó quieto, contemplativo, mientras la lluvia mojaba su
traje gris clarito.
Esperó que se apagaran todas las luces de la casa.
Tomó aire, cerró los ojos y con mucho dolor se concentró.
En un instante la casa y todo lo que había adentro se había
transformado en una montaña de oscuras ruinas.
Había aprendido a transformar cosas en ruinas.
Se concentró en su paraguas y apareció en su mano, pensó en su
traje y se secó; y se fue caminando lentamente bajo la lluvia que ya no lo
mojaba pensando en llegar temprano al día siguiente a la oficina para tener su
momento de íntimo placer antes de la nueve y media y poder ordenar su
escritorio. Hoy por el apuro había dejado todo
desordenado.