EI desgraciado había perdido el conocimiento. La sangre manaba
del pecho lacerado por las garras de la fiera. Sin embargo, al sentir que una
mano tocaba su tosca prenda de vestir, volvió a abrir los ojos que tenía
cerrados.
Viendo quién acudía a socorrerle, pasó por su mirada una débil
luz de alegría y sus descoloridos labios murmuraron un nombre:
-¡El Kaw-djer...!
Kaw-djer, palabra que en lengua indígena significa el amigo, el
bienhechor, el salvador, hermoso nombre que se refería evidentemente a aquel
blanco, pues éste hizo un gesto afirmativo.
Mientras él prestaba asistencia al herido, Karroly volvió a
bajar por la grieta del acantilado, para regresar enseguida con un morral que
contenía un estuche de cirugía y varios frascos llenos de jugo de ciertas
plantas del país. Mientras el indio sostenía sobre sus rodillas la cabeza del
herido, cuyo pecho quedaba a descubierto, el Kaw-djer lavó las heridas y restañó
la sangre. A continuación acercó los labios a las heridas, cubriéndolas con
tapones de hilas empapadas en el contenido de unos frascos y, tras haber
desatado su faja de lana, la puso alrededor del pecho del indígena, manteniendo
así todo el apósito.
¿Sobreviviría aquel desgraciado? El Kaw-djer pensaba que no.
Ningún remedio podría provocar la cicatrización de aquellas desgarraduras que
parecían afectar incluso al estómago y a los pulmones.
Al ver Karroly que los ojos del herido acababan de abrirse,
aprovechó para preguntar:
-¿Dónde está tu tribu?