Sin la justicia, para Hume, la sociedad se disolverá inmediatamente. ¡Todos
acabarán en condición salvaje, como la peor situación concebible y el diálogo
desaparece!
En el caso de las leyes y la justicia, el bien público puede coincidir con un
mal privado. Pero Hume considera que esto es sólo momentáneo, ya que a la larga,
el mismo individuo perjudicado en esa ocasión resultará beneficiado con el
cumplimiento unánime de las leyes.[2]
Todo el que tiene alguna inquietud por su carácter o desea vivir en buenos
términos con la humanidad, debe grabar como ley inviolable, no dejarse inducir
jamás por ninguna tentación de violar los principios que son esenciales para el
hombre probo, educado para vivir en sociedad.
Somos contrarios a desprendernos de aquello empleado en provecho propio. Por
otra parte es posible vivir sin aquello que no hemos disfrutado o no estamos
habituados. Pero vivir sin dialogar equivale a vivir solo y entonces ¿para qué
vivir?
Permitiendo que cada hombre se apodere por la violencia de lo que considera
conveniente para sí, se destruirá la sociedad. Por ello, las reglas de justicia
buscan el término medio, que permita al hombre ser sociable.[3] ¿A quién le gusta vivir alejado de la gente
y sin diálogo?
Las distintas partes de la tierra producen distintos frutos y los distintos
hombres están dotados por la naturaleza y alcanzan mayor perfección en
cualquiera de dichas partes, si se limitan a una.
No hay ninguna cualidad en la naturaleza humana que ocasione errores más
fatales en nuestra conducta que aquella que lleva a preferir lo presente y no lo
distante.[4]
Es compromiso del gobierno proporcionar protección y seguridad. Así logra
persuadir a los hombres de someterse a las normas. Pero cuando en lugar de
protección y seguridad encuentran tiranía y opresión, quedan liberados de sus
promesas (como sucede con todos los contratos con condiciones) y retornan a ese
estado de libertad que precedió a la institución del gobierno. Los hombres nunca
contraerán compromisos beneficiosos sólo para los demás sin ninguna perspectiva
de mejora para sí.
Cuando ocurre que los hombres se someten a la autoridad de otros, es
lamentable si lo hacen para procurarse cierta seguridad contra la maldad de sus
congéneres.
La opinión general de la humanidad tiene cierta autoridad en todos los casos,
pero en el de la moral es y debe ser absolutamente infalible.
Por eso el gobierno más apreciado surge de la convención voluntaria de los
hombres. Evidentemente la misma convención que establece al gobierno determinará
también qué personas han de gobernar y eliminará toda duda y ambigüedad al
respecto.
La autoridad del magistrado se apoya, al principio, en la promesa de los
súbditos, por la cual se obligan a la obediencia como con cualquier otro
compromiso. La misma promesa que los somete a la obediencia, también los somete
a una persona determinada y hace a ésta destinataria de su
acatamiento.
El primero de estos principios, es el que otorga autoridad a todos los
gobiernos más firmemente establecidos del mundo, sin excepción. En general,
somos menos "conservadores" que en la época en que Hume escribía y nos sometemos
menos a lo que dictan la costumbre y el tiempo. Hume no previó los grandes
cambios que se aproximaban.
El interés de una Nación requiere que la sucesión en el Poder sea determinada
de una forma u otra.
Las leyes positivas son la principal fuente de autoridad.
En el caso de una tiranía u opresión desmesuradas la historia ha considerado
aceptable levantarse en armas contra la autoridad.
Como el gobierno es idea de los hombres para su seguridad y beneficio, no
tiene sentido cuando deja de tener esa tendencia, o de imponer las obligaciones,
naturales o morales.