Entramos con mi amigo al bar, con los sacos en la mano, en aquel
mediodía tórrido de Buenos Aires deseosos de refrescarnos con una buena cerveza
tirada, especialidad de la casa. Los temas centrales de nuestras conversaciones
eran siempre de la actualidad política. Mi amigo argumentaba sobre los peligros
de la reciente modificación de la
Constitución del 49. Nos sentamos en el centro del salón pidiendo sendas
cervezas, y mientras mi amigo seguía hablando sobre el tema, que era excluyente
en el ámbito político, yo observé a un anciano que estaba sentado a dos o tres
mesas de distancia.
El anciano tenía un vaso de cerveza servido por la mitad. Hurgaba en su maletín de
cuero de donde sacaba anilinas y pomadas "Colibrí", las revisaba, contaba las
monedas y los pesos de su billetera y anotaba en un cuaderno. Yo seguía
observando los movimientos del anciano de largas barbas canosas, asintiendo cada
tanto lo que decía mi amigo pero sin atender lo que me decía. Me dije que el
anciano estaría haciendo un balance de las ventas y la recaudación efectuada,
para decidir si seguiría vendiendo en los cafés de la zona sus anilinas y
pomadas. Caí en cuenta de su identidad, olvidada en los últimos años por la
crueldad de la política que se
ensaña de los personajes humildes y
que han osado de rechazar los derechos que les
corresponde.
Llamé al mozo y le dije que no le cobrara la cuenta al anciano,
porque yo lo invitaba. Y cuando él hizo el ademán para abonar, el mozo le indicó
que había sido invitado por "ese señor", y me señaló. Él miró hacia mí y yo le
respondí con una reverencia con la cabeza. Acomodó los elementos que tenía sobre
la mesa, bebió el último sorbo de cerveza, se paró y se acercó a nuestra mesa.
Yo me levanté, ante el asombro de mi amigo, y me
dijo:
-Hijo, muchas gracias, pero no debió hacer eso, puede mal
interpretarlo algún opositor.
El ex vicepresidente, don Elpidio
González me saludó, salió de la confitería "La Victoria", de la que era asiduo
concurrente, y se alejó por avenida de Mayo, con su figura pequeña y encorvada,
en dirección hacia la Plaza que tantas veces lo vio desfilar en los tedeums de
las fiestas patrias: desde la Casa Rosada hasta la Catedral.