|
|
Páginas
(1)
2
|
|
Una mañana cualquiera
Desperté temprano, más temprano que de costumbre. Aún con los ojos cerrados recorrí la casa toda, hasta el último rincón. En ella viví la mayor parte de mi vida. Conozco la más pequeña mancha que dejó un insecto en la pared y también la más ínfima grieta que va marcando el tiempo de su vida útil. Todas casas están pobladas de ruidos en los que uno ni siquiera repara, quedan anulados por los clásicos sonidos de una casa en marcha en plena crianza de los niños. Meriendas, deberes, reprimendas, recomendaciones, risas y besos. Pero un día la casa se queda vacía. El marido y padre se marcha a trasmundo, los hijos y los hijos forman su propio hogar. Es entonces cuando se comienzan a percibir los ruidos que el silencio agiganta: el ruido del motor de la heladera que se pone en marcha, el chirrido de la puerta vaivén impulsada por una ráfaga de aire, las ramas del filodendro en el tragaluz, frotándose entre sí agitadas por el viento, las hojas del árbol, del patio que cuando caen producen un sonido metálico sobre la escalera caracol de hierro. Todos esos ruidos son mis compañeros de soledad y aprendí a amarlos como amo a mi vida. Me amodorro queriendo disfrutar un poco más de la tibieza de la cama. Con el oído alerto escucho pasar un carro tirado por caballos, el cochero va ofreciendo a gritos su mercancía. Enseguida llega un camión con material de construcción y momentos después se oye el silbido del albañil preparando la mezcla. Grita el tero del vecino.
|
|
Páginas
(1)
2
|
|
Consiga Una mañana cualquiera de María Luisa Monteserín en esta página.
|
|
|
 |
|