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Montalbán partió para Pontoise, asegurando volvería dentro de dos o tres días. Valmore, en el día mismo, se fue a París para un negocio, prometiendo volver a la mañana siguiente. No distaba su tierra más que doce leguas. Arnelia y Clara, encontrándose solas en este vasto castillo, se recordaron con algún espanto de que la selva que lindaba por algunas partes con el coto estaba llena de bandoleros, y que en ella habían asesinado recientemente a algunos. Se sabía que tres meses antes un castillo vecino, estando ausentes sus dueños, había sido atacado a fuerza abierta, y robado por los bandoleros. Con Valmore despreciaban todos los peligros; en su ausencia todo lo temían. Obligaron a los domésticos a hacer la guardia por la noche, y al amanecer se desvanecieron todos los temores, porque Valmore debía volver en la mañana.

Clara se levantó muy temprano. Era en el mes de agosto. Julio había manifestado el día antes deseo de comer albérchigos, y Clara se alegraba, pensando buscárselos y darle muy temprano una sorpresa agradable. Había llenado una cestilla de ellos, e iba a bajar a la habitación de Julio, cuando la anunciaron la llegada del P. Arsenio. Era éste un venerable religioso que poseía toda su confianza desde lo más tierno de la niñez. Voló a su encuentro y le condujo hasta su gabinete; allí, abriendo todo su corazón, pintó al buen religioso toda la felicidad que disfrutaba .-¡ Oh, hija, mía! -le dijo el P. Arsenio, -¡quiera el Cielo realizar nuestras esperanzas! -¡Ah! mi suerte está segura; dentro de dos días me caso con Valmore... Voy a unirme a la razón, a la virtud, a la bondad más perfecta. En adelante, padre mío, no tendréis que temer por mí ni por los peligros del mundo y de los malos ejemplos, ni la inexperiencia de la juventud. Valmore será mi guía y mi modelo. Con sólo imitarle y obedecerle, seguirá la senda feliz que me habéis enseñado. De esta modo, ¿podría yo hacer una cosa dudosa, dar un paso imprudente? Aprecio más, su estimación y confianza que mi vida. -Hija mía -replicó el santo religioso,-tendréis que llenar un deber del que hasta ahora no os he hablado: un hijo del primer lecho reclamará vuestras más tiernas solicitudes... ¡Ay! --dijo Clara,-¡ quiero yo tanto a este amable Julio!... ¿No tiene él mi primer sentimiento maternal? ¿Y qué otro hijo podría jamás Valmore amar tanto como a éste?... ¡El, pues, será siempre mi hijo más querido!

 
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de Mme. de Genlis

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