Clara, de edad de diecisiete años, sensible, inocente, ingenua, amaba a Valmore sin turbación, ni empeño en disimular el sentimiento tan puro que por la primera vez experimentaba. Reverenciaba tanto a Valmore, que, ocupándose en los medios de agradarle, no intentaba más que ganar su estimación. El voto de Valmore era para ella de un aprecio inestimable, y ni aun estaba segura de la rectitud de sus propias intenciones, sino cuando él las aprobaba. Realzaba Clara con todos los encantos exteriores esta alma llena de candor y sensibilidad. Tenía un color angélico, un rostro delicado y regular, y su estatura, a un tiempo elegante y majestuosa, daba a su belleza el carácter más interesante.
Apenas había un año que Clara conocía a su padre, y no recibiendo jamás de él la más ligera prueba de ternura, no podía hacer más que respetarle y temerle. Montalbán había deseado al pronto con pasión el casamiento de Clara con Valmore; mas entonces ignoraba el estado de la fortuna de éste. Viéndole en posesión de una de las más ricas tierras del reino, había creído que podría disponer de ella en favor de los hijos de un segundo lecho, y esto no estaba en mano de Valmore. El Duque de ***, padre de su primera mujer, y del mismo nombre que él, había sobrevivido tres años a su hija: al morir, había dejado sus tierras bajo las condiciones siguientes: que Valmore las poseería toda su vida si no volvía a casarse ; que sólo en el caso de su muerte volverían a Julio; pero que si Valmore se casaba, Julio, en la edad de mayoría, tendría la propiedad; que, en fin, si Julio moría antes que su padre y sus hijos legítimos, Valmore heredaría las tierras.
En el instante que Montalbán tuvo conocimiento de estas disposiciones, formó el proyecto de deshacer el casamiento, no porque los intereses de Clara le moviesen, sino por consideraciones personales que todo lo podían sobre él... Una pasión ardiente por el juego, y sus secretas disoluciones habían tragado su fortuna. Había una entre sus deudas que particularmente ponía en peligro su reputación y libertad. Si Clara lograba un casamiento ventajoso, Montalbán, sin recurrir a aquél que la tomase por esposa, tenía un medio cierto de satisfacer esta deuda; mas faltaba este recurso si Clara sólo lograba un establecimiento mediano. Valmore, con la propiedad de la tierra del Duque de ***, era uno de los partidos más ventajosos de Francia ; pero, sin esta herencia, no salía de un partido ordinario. Montalbán estaba ya tentado de romper con Valmore; con todo, disimuló cuidadosamente este designio, y muy pronto, mudando de pensamiento, se decidió a consentir en esta unión, sin que se hubiese podido sospechar su irresolución con respecto a esto.
Montalbán era uno de estos seres monstruosos que es imposible pintar; el conocimiento más profundo de los hombres, de sus pasiones y vicios, no alcanza a penetrar el doblez de un corazón que nada conserva de humano: una corrupción prematura había envilecido su alma desde la infancia; todos sus vicios estaban exaltados por pasiones fogosas; cada uno de sus proyectos era una maquinación tenebrosa: sus deseos, sus votos, y hasta sus esperanzas eran crímenes.
Entretanto, todo se preparaba para las bodas de Valmore y Clara. Aquél gozaba deliciosamente de su felicidad, de la alegría extendida por toda la casa, y sobre todo del gozo natural de Julio y la ternura interesante de Clara por este niño a quien idolatraba. Quería confundir en uno estos dos objetos tan amados, y que la misma Clara no separase jamás en su corazón a Julio de Valmore. Hizo pintar a Clara de su estatura natural con Julio en los brazos, y colocó esta pintura en su gabinete; dio también a Clara un brazalete que tenía su retrato y el de Julio. Clara lo hizo acomodar a su brazo, con el fin, decía, de guardarle hasta el sepulcro. La alegría era de tal modo universal en el castillo, que el mismo Montalbán aparentó participaba de ella. Clara lo notó con una dulce satisfacción; pero cuando vio a su padre sin testigos, no pudo libertarse de una especie de pasmo, encontrándole un aire más siniestro y modos más ásperos y fieros que jamás.
Una mañana que Montalbán había salido a caza, trajeron a Clara una caja enviada de Alemania, que suponían ser para ella, porque nadie había podido leer el sobrescrito en alemán. Clara recibía a menudo directamente de Alemania remesas de alhajas y piedras preciosas. Montalbán la había dicho que estos regalos venían de un pariente que tenía en el principado de *** y que no escribía porque no sabía francés. Clara recibía con reconocimiento estos magníficos presentes, sin reflexionar en la singularidad del profundo silencio del bienhechor. No dudó, pues, que esta caja fuese para ella, y en el momento, poniéndola sobre una mesa, la abrió; mas, su sorpresa fue inexplicable, no encontrando en ella más que un pañuelo de seda azul con guarnición roja, un gran cuchillo cuyo puño de ébano acababa con la figura de un pie de corza, y una escala de cuerdas. Entonces miró atentamente la inscripci6n que venía sobre la caja, y conoció que se dirigía a su padre. Como temía excesivamente su dura severidad, se enfadó de haber abierto la caja. Con todo pensó podría cerrarla de manera que no se conociese.. En éste momento Valmore pasó por delante de su ventana abierta, que, daba al piso del jardín. Se detuvo: Clara estaba de espaldas, pero vio en sus manos el cuchillo, el pañuelo y la escala de cuerda que aún tenía en sus manos, y se preparaba a meterla en la caja. Después de haber mirado un instante en silencio y sin ser visto, Valmore continuó su camino; vino luego y llamó a la puerta de Clara, preguntándola si quería pasearse. Abrió al mismo tiempo la puerta; y Clara, creyendo que era su padre, mudó de color, y se dio prisa a cerrar la caja y ocultarla, arrojando sobra ella un gran velo de muselina que se hallaba en la mesa. Valmore conoció su confusión y sorpresa; y sin adivinar la causa, ni inquietarse, quedó tranquilo creyendo fuese una niñada. -¿Qué hacías?- le preguntó, sonriéndose. -Bordaba -respondió ella, turbada y sin saber lo que se decía. Valmore se sorprendió un poco con esta leve mentira; pero no queriendo confundirla más mudó de conversación, y sólo se detuvo uno cortos momentos. Al punto que salió, Clara cerró bien la caja, y la llevó al aposento de su padre, el que nunca supo hubiese sido abierta, porque Clara, al recibirla, suplicó al criado nada dijese de esta remesa.