De entre las máquinas, las audiovisuales son las que se encargan de producir representaciones, por lo tanto, las prótesis audiovisuales deberían recrear un mundo adecuado y previsible. Pero la loca vuelve a entrar por la ventana y hace que la máquina falle.
La falla de la máquina audiovisual instaura una representación, es signo y desafía al hombre para que la interprete mediante una regla que él debe producir por fuera de las reglas que ordinariamente usa para leer las imágenes.
La imagen fallada, el subproducto o el desecho de la máquina audiovisual pueden ser descartados, pero también pueden ser leídos, ofrecidos a la interpretación como la creación, como “imaginación” incontrolada y extrahumana.
Sin duda requiere cierta dosis de valor enfrentar esa nueva imaginación que nos viene desde afuera desde lo no humano para insertarla en el campo de lo estético. Es necesario asumir que la creación proviene de un lugar oscuro que nos habita pero que también habita en los dispositivos audiovisuales que hemos diseñado que de este modo cobran autonomía.
En un universo en el que nuestra relación con las pantallas es constante, desde el display del despertador a la mañana hasta la pantalla del televisor o de la computadora que nos acompaña en la entrada al oscuro mundo del sueño, esperamos las correctas imágenes de esos dispositivos. Las pantallas son hoy las señales, los faros que nos permiten atravesar la jornada.
El error nos sorprende y nos despierta del encantamiento de las pantallas, les da entidad como dispositivos y nos señala la indelegable tarea de entender. Ya que si bien las máquinas fallan y dan productos audiovisuales no previstos, es sólo la loca de la casa, de nuestra casa humana la que puede darle a esos errores un sentido humano que nos permita entender que hay otro por fuera de las pantallas con los que podemos compartir un nuevo sentido.