Nada hay tan descuidado como la educación de las niñas. La costumbre y el capricho de las madres son casi siempre lo decisivo en ella; se cree que debe instruirse poco a este sexo. La educación de los niños se considera como uno de los principales problemas con relación al bien público; y aunque se cometan en ella tantas faltas como en la de las niñas, se está al menos persuadido de que se necesita mucha ilustración para alcanzar un buen éxito. Las gentes más capaces han dictado reglas sobre esta materia. ¡Qué de maestros y escuelas se ven! ¡Cuánto se gasta en imprimir libros, en investigar las ciencias, en métodos para enseñar las lenguas, en la elección de profesores! Todos estos grandes preparativos son a menudo más aparentes que sólidos; pero, demuestran, al cabo, el elevado concepto que se tiene de la educación de los niños. En cuanto a las niñas, se dice que no es necesario que sean cultas; que la curiosidad las vuelve vanidosas y redichas; basta que sepan algún día gobernar sus hogares y obedecer a sus maridos, sin razonar. Y no deja de mencionarse la experiencia que se tiene de muchas mujeres a quienes la ciencia volvió pedantes; en vista de lo cual se cree tener derecho a abandonar ciegamente a las niñas bajo la dirección de madres ignorantes e indiscretas.
Es temible, ciertamente, hacer sabias pedantes. Las mujeres tienen por lo general el espíritu más débil y más curioso todavía que los hombres; no es, por tanto, conveniente alentarlas en estudios a los cuales podrían aficionarse. Ellas no deben gobernar el Estado, ni hacer la guerra, ni entrar en el ministerio de las cosas sagradas; pueden, por consiguiente, excusarse de ciertos conocimientos extensos que se relacionan con la política, el arte militar, la jurisprudencia, la filosofía y la teología. La mayor parte de las artes mecánicas no les son tampoco convenientes; están constituidas para ejercicios moderados. Su cuerpo, como su espíritu, es menos fuerte y robusto que el de los hombres; la naturaleza, en cambio, las ha dotado de habilidad, limpieza y economía, para emplearlas tranquilamente en sus casas.
¿Qué consecuencia debe sacarse de la debilidad natural de las mujeres? Cuanto más débiles sean, más importancia tendrá el fortalecerlas. ¿No tienen que cumplir deberes que son los fundamentos, de toda la vida humana? ¿No son las mujeres las que arruinan y las que sostienen las casas, las que ordenan todos los detalles de los asuntos domésticos, y, las que deciden, por consiguiente, todo lo que se relaciona más de cerca con todo el género humano? Por esta razón constituyen la parte principal de las buenas y de las malas costumbres de casi todo el mundo. Una mujer juiciosa, aplicada y llena de religión, es el alma de toda una gran casa; es la que pone el orden para las cosas temporales y para la salvación eterna. Los mismos hombres, que tienen toda la autoridad en público, no pueden por sus deliberaciones establecer ningún bien efectivo si las mujeres no les ayudan a ejecutarlo. El mundo no es un fantasma, es el conjunto de todas las familias; y ¿quién puede imponerles una disciplina con más exquisito cuidado sino las mujeres, que tienen, sobre la ventaja de, su autoridad natural y de su asiduidad en sus casas, la de haber nacido cuidadosas, atentas a los detalles, industriosas, insinuantes y persuasivas? ¿Pueden los hombres esperar para ellos mismos alguna dulzura en esta vida si su más estrecha sociedad, el matrimonio, se desenvuelve en medio de amarguras? ¿Qué será de los niños - que compondrán más tarde todo el género humano - si sus madres los mal educan desde sus primeros años?
He aquí las ocupaciones de las mujeres, que no son menos importantes para el público que las de los hombres, ya que aquéllas tienen una casa que regir, un marido a quien hacer dichoso y unos hijos a quienes educar bien. Añadid a esto que la virtud no tiene menos importancia para las mujeres que para los hombres; sin hablar del bien o del mal que pueden hacer al público, ellas constituyen la mitad del genero humano, rescatado por la sangre de Jesucristo y destinado a la vida eterna.
Por último, hay que considerar, aparte del bien que hacen las mujeres cuando están bien educadas, el daño que causan al mundo cuando les falta una educación que les inspire la virtud. Se ha comprobado que la mala educación de las mujeres causa más perjuicios que la de los hombres, puesto que los desórdenes de los hombres proceden casi siempre de la mala educación que han recibido de sus madres y de las pasiones que otras mujeres les han inspirado en edad más avanzada.
¡Cuántas intrigas se nos presentan en las historias, cuántas perturbaciones en las leyes y en las costumbres, cuántas guerras sangrientas, cuántos modernismos contra la religión, cuántas revoluciones de Estado, causados por el desorden de las mujeres! Todo esto demuestra la importancia de educar bien a las niñas; busquemos los medios de hacerlo.