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Por ello, hay muchas razones para comprender a la mística dentro del principio de placer y del principio de nirvana (en vez de circunscribirlo al principio del deber) como una emancipación creativa, como algo que está construido lingüísticamente pero que en sí busca algo más allá de la palabra, algo que no puede ser dicho: abolir, consumar el deseo de la Madre. Lacan ha hecho una gran contribución, al ocuparse del fenómeno místico de religiosos católicos y de personalidades como la de Joyce. Él también consideraba a la mística como una "leve psicosis", con la curiosa particularidad de que serían engendradas por sujetos que de alguna manera consolidaron una integridad (aparente o no) que le permitió convivir con su locura. Lacan llamó goce místico al goce interdicto que se deja entrever en la escritura de estas personalidades. Interdicto, pues el goce es algo que no se escribe sino indirectamente, sin nombrarlo, porque lo que en realidad el sujeto quiere decir, es indecible, no lo sabe: el deseo de la Madre, que es la causa de que el sujeto hable (es decir, sea un serhablante), está más allá de lo imaginario y lo simbólico, no puede representarse, no puede nombrarse. Hemos elegido una antología (el Sutra de la Tierra) compuesta por siete versos escritos por un monje zen. A partir de ella realizaremos una breve explicación de lo que, a los ojos de las teorías psicoanalíticas, parece significar la mística oriental. Paralelamente, iremos aclarando cada uno de los pasajes para poder brindarle al lector un puente que permita asir lo más cercano posible la manera de ver la vida que tienen estas culturas.
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De regreso a la Madre - Una mirada psicoanalítica sobre la espiritualidad del Oriente
de Anónimo
ediciones deauno.com
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