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Hace años, al pensar en una nueva edición de mi ensayo sobre
las Bases de Alberdi, me ocurrió que quizá convendría suprimir o al menos
atenuar las últimas páginas, tal vez excesivamente ásperas en su ruda
sinceridad, y atendiendo al cambio posible que el tiempo hubiera obrado en el
alma y el intelecto de las nuevas generaciones. Hoy, después de meditarlo
concienzudamente, y sin atribuir a manifestaciones aisladas, como la «de
referencia», mayor importancia sintomática de la que tiene, me decido a
conservar intactas, en su sana amargura -salubris amaritudo,- las útiles
y, en todo caso, bien intencionadas exhortaciones de marras, considerándolas
como conclusión lógica y necesaria de dicho ensayo. No he modificado, siquiera,
lo que en la parte final se refiere, como lo notarán algunos lectores, a ciertas
preocupaciones internacionales que felizmente han perdido su actualidad. Que lo
escrito, escrito quede. En mi modesta esfera de acción, hago mías las palabras
memorables del gran reformador en la dieta de Worms: «Heme aquí; no puedo hablar
de otra suerte, ¡que Dios me ayude!»
P. G. |
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Las Bases de Alberdi
de Paul Groussac
ediciones Espuela
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