-Sí elijo Richards. Puede haber sido Barclay,
tenía ese talante. No hay otro hombre parecido en la ciudad.
-Todos admitirán eso, Edward. Lo admitirán, en
privado al menos. Desde hoce seis meses la ciudad ha vuelto a ser la de siempre:
honrada, mezquina, austera y tacaña.
Así la llamó siempre Barclay hasta el día
de su muerte; y lo dijo en público también.
-Sí; y lo aborrecieron por eso.
-Oh... Desde luego. Pero no le importó. Creo que fue el
hombre más odiado de la ciudad, si exceptuamos al reverendo Burgess.
Bueno, Burgess se lo merece. Aquí no tiene nada que
hacer. Esta ciudad, por pequeña que sea, piensa. Edward -¿no te
parece extraño que el desconocido haya designado a Burgess para entregar
el dinero?
-Sí. Extraño Es decir , es decir, -¿Es
decir qué? -¿Lo habrías elegido tú?
-Mary, quizá el forastero conozca a Burgess mejor que
nosotros.
-¡Este asunto le hace un buen servicios! El marido se
quedó perplejo buscando una réplica; la esposa lo miró
fijamente, esperando. Por fin, Richards dijo, con la vacilación de quien
hace una declaración que va a suscitar dudas: