-Y, mientras sigues diciendo estupideces, el dinero sigue
aquí y se acerca la hora de los ladrones.
-Es verdad. Bueno... -¿qué se puede hacer?
-¿Hacer una investigación privada? No, no, estropearía el
aspecto novelesco de la historia. El comunicado público es mucho mejor.
-¡Imagínate el ruido que hará! Y tendrán celos las
otras ciudades: pues ningún forastero le confiaría semejante
encargo a una ciudad que no fuese Hadleyburg, y ellos lo saben.
-¡Qué propaganda para Hadleyburg! -¡Es mejor que vaya
inmediatamente al periódico o llegaré tarde!
-Para, para... -¡No me dejes sola aquí con esto,
Edward!
Pera el señor Richards se había marchado. Aunque
por poca tiempo. Cerca de su casa se encontró con el editor propietario
del periódico, le dio el documento y le dijo:
-Aquí tiene algo bueno, Cox... Publíquelo.
-Quizá sea demasiado tarde, señor Richards, pero
lo intentare.
De regreso a su casa, el cajero y su esposa se sentaron paro
volver a discutir sobre el seductor misterio: no tenían ganas de dormir.
El primer interrogante era: «-¿Quién sería el
ciudadano que le había dado los veinte dólares al
forastero?», La respuesta parecía sencilla; ambos contestaron al
unísono:
-Barclay Goodson.