-Es igual, señora, no importa. Sólo deseaba que
su marido me guardara este talego, para que se lo entregue a su legítimo
dueño cuando lo encuentre. Soy forastero; su marido no me conoce; esta
noche estoy simplemente de paso en esta ciudad para arreglar un asunto que tengo
en la cabeza desde hace tiempo. Ya he realizado mi trabajo y me voy satisfecho y
algo orgulloso; usted nunca volverá a verme. Un papel atado al talego lo
explica todo. Buenas noches, señora.
La anciana señora, asustada por el corpulento y
misterioso forastero, se alegró mucho al ver que se marchaba. Pero,
roída por la curiosidad, se fue sin perder tiempo al talego y echó
mano al papel. Empezaba con las siguientes palabras:
PARA SER PUBLICADO: a no ser que se encuentre al hombre
adecuado con una investigación privada. Cualquiera de esos métodos
servirá. Este talego contiene monedas de oro que pesan en total ciento
sesenta libras y cuatro onzas...
-¡Dios misericordioso! -¡Y la puerta no está
cerrada con llave!
La señora Richards voló temblando hacia la puerta
y la cerró con llave; luego bajó las cortinas de la ventana y se
detuvo asustada, inquieta y preguntándose si podía hacer alguna
otra cosa para que estuvieran más seguros ella y el dinero.
Escuchó un poco para ver si rondaban ladrones; luego se rindió ala
curiosidad y volvió a la lámpara para acabar de leer el papel: