-No hace falto que envíes el correo de la
mañana... ni ningún correo. Espera mis órdenes.
El correo ha sido despachado ya, señor.
-¿Despachado?
En esta palabra se percibía una indeleble
decepción.
-Sí, señor. El horario para Brixton y las otras
ciudades ha cambiado hoy, señor..., y he tenido que enviar el correo
veinte minutos antes de lo habitual. Tuve que darme mucha prisa; si hubiera
tardado dos minutos...
Los dos hombres se volvieron y se alejaron lentamente, sin
esperar el resto. Ninguno habló durante diez minutos; luego Cox dijo con
tono irritado:
-No comprendo por qué se apresuro usted tanto,
Richards.
La respuesta fue bastante humilde:
-Me doy cuenta ahora, pero no sé por qué no me la
di hasta que fue demasiado tarde. La próxima vez,
-¡Al diablo con la próxima vez! No volverá
a presentarse en mil años.