El marido salió de su ensimismamiento con leve
sobresalto y contempló con aire meditativo a su mujer, cuyo rastro se
había vuelto muy pálido. Luego se levantó titubeando y
miró furtivamente su sombrero y después a su esposa .... una
suerte de muda interrogante. La señora Cox tragó saliva un par de
veces, la mano sobre la garganta y, en vez de hablar, hizo un gesto de
asentimiento. Un momento después, se quedó sola y murmurando para
sí.
Ahora Richards y Cox recorrían presurosamente las calles
desiertas, desde direcciones opuestas. Se encontraron, jadeantes, al pie de la
escalera de la imprenta: allí, bajo el resplandor de la luz artificial,
se leyeron mutuamente sus rostros. Cox murmuró:Nadie sabe esto fuera de
nosotros?
La susurrada respuesta fue:
-¡Ni un alma..., palabra! -¡Ni un alma!
-Si no es demasiado tarde para...
Ambos empezaron a subir por la escalera; en ese momento les
alcanzó un chico, y Cox le preguntó:
-¿Eres tú, Johnny?
-Sí, señor.