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Dumas vio el entierro de la desgraciada, y notó que apenas dos personas seguían el pobre féretro. ¿Qué mano compasiva echaría en la fosa común un puñado de tierra, sobre el ataúd de la pálida muerta? ¡Ah, buenas almas, vosotras dos que formáis el fúnebre cortejo..., qué versos los de Dumas en pago de tamaño caridad!

Vous qui l'avez aimée et qui l'avez suivie;

Qui n'êtes pas de ceux qui, duc, marquis ou lord,

Se faisant un orgueil d'entretenir sa vie,

N'ont pas compris l'honneur d'accompagner sa mort.

Y después que por la faz del poeta rodó una lágrima, ya bajo la tierra el cuerpo de la cuitada Duplessis, de la pluma de su creador nació a la vida Margarita Gautier.

Era preciso que aquel mozo diese suelta a lo que llevaba en el pecho. Una pieza sentida, no pensada, era el triunfo que debía venir. Ello fue así. Todo el mundo comprendió que aquella nueva obra iba directamente al corazón, y por eso su gran éxito.

La áspera verdad de Stendhal vese en la novela que sirvió de base a La Dama de las Camelias, obra dramática. Diríase un telón que se descorre dejando ver ciertas oscuras interioridades. El autor del Demi-Mon-de, hay que advertirlo, no ha pretendido coronar de rosas las cabezas pálidas de las damas del alegre vivir.

No ha querido tampoco hacer descender la llama pura del ideal a las alcobas vedadas. Margarita es la flor que se desenreda de los breñales, se limpia, se purifica y se baña de luz. Esa luz es el amor de un alma virgen. ¡Qué importa que esa alma esté encerrada en una cárcel indigna! Dentro de ese cuerpo embotado hay una estrella.

Dumas es el peor enemigo de la carne.

Si halla un amor profundo y sincero, una pasión arrebatada y loca, helo allí con su corona de lirios, con sus versos honrados, con sus tendencias altas, a despecho de sus contradictores.

Sarah Bernhardt, ya lo conoce el público de Santiago, es una Margarita irreprochable. Es en La Dama de las Camelias donde ella encuentra mucho campo para sus dotes admirables. En la reprise de la obra en el Municipal, el público ha podido apreciar más el mérito de esa actriz que siempre encuentra nuevas maneras de conmover al espectador con su talento excepcional.

Sobre todo, en las escenas últimas del último acto, en el grito que lanza al ver a Armando, en la muerte de Margarita, Sarah puso admiración en todo el público. Hay algo de sobrenatural en ese cambio de rostro, por decirlo así, al pasar de la vida a la muerte.

La agonía es conmovedora: gemido, sollozo, convulsión y delirio. Y después, aquel último abrazo que dio a Armando, aquella moribundez, aquel acabamiento; y después, exhaló un postrer suspiro, y después quedó cadáver, e cadde come corpo morto cade.

Muchos esfuerzos hicieron los otros actores para poder aparecer ante Sarah dignos de su papeles. Harto lo procuraron. De Garnier diremos que hizo un Armando plausible. Buena memoria quedará en Santiago de La Dama de las Camelias hecha por la compañía de Sarah Bernhardt.

 
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La dama de las camelias (reprise) de Rubén Darío   La dama de las camelias (reprise)
de Rubén Darío

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