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     La obra francesa pura, tan francesa como el champagne, como los aires de Offembach, como las francas risas de las damas bulevarderas.

     Meilhac y Halévy, después de llenar los teatros de parodias y ligeras piezas bufas, pensaron en abordar el terreno de la comedia. La brillante pareja, el par de cabezas habilosas, encontró material en Frou-Frou para dar el primer paso en la senda comenzada.

     Triunfaron porque eran fuertes, y los ingenios aplaudidos fueron más allá de su propósito. La comedia del principio es drama en el fin, drama terrible y conmovedor.

     Carlos Iriarte publicó en la Vie Parisienne preciosos artículos: en uno de ellos habla de aquella a quien se ha dado el nombre de Frou-Frou; Frou-Frou, ruido de seda que cruje, de gasa que roza, de tela que al pasar produce como suave espumajeo, una especie de música liviana, frou-frou... frou-frou.

     Y de ahí el nombre con que bautizaron su producción los célebres autores.

     Por lo que respecta a Frou-Frou, es algo que se mira como un ensueño encarnado, como una Ofelia, la cual, como dice Gustavo Adolfo,

     Cogiendo flores y cantando pasa.

     La Frou-Frou del principio desaparece por completo al concluir la obra.

     Vimos aquella linda cabeza rubia, la sonrosada cara de los ojos azules, siempre iluminada como por una aurora de alegría; oímos la risa suelta de moza coquetuela, y a veces la súbita y pasajera cólera de niño caprichoso.

     Después, en el transcurso del drama, la figura se metamorfosea a la continua. Frou-Frou es mujer enamorada, arrulla y acaricia; Frou-Frou es celosa, y tiene entonces aire felino y ademanes de loca; variable como un pájaro en el aire, por su espíritu resbala toda idea y por su corazón todo sentimiento, sin que deje ella de ser en el fondo la misma: casi inmaculada en el torbellino de sus agitaciones.

     Madre, amante; mujer, coqueta; ¡mujer sobre todo! su vida es una perenne batalla, en la cual el gran vencimiento consiste en la propia femenil debilidad.

     Ella se lanza, en el principio, siguiendo sus primeras inclinaciones. Aquel carácter es una ráfaga impetuosa.

     Pero ¡ay! que debe llegar el día de la amargura.

     Frou-Frou mira en su lugar su propia desgracia. Aquella frívola se torna fiera. Su hermana es para ella su enemiga fatal; su hijo, casi no le pertenece; su esposo, tampoco. La celosa va a estallar. Llora a las veces, y es un ángel. Vibra como una cuerda. Su alma está triste y atormentada. Por fin estalla, y aquel corazón sufre un desbordamiento: la cólera salta en reproches que se atropellan por aquella boca iracunda. Y Frou-Frou, dejando en abandono hogar y todo, huye en su desesperación con un amante.

     Como se ve, los autores comenzaron con un allegro. El final es harto entristecedor.

     En el acto último está la escena de la muerte de Frou-Frou, en casa de su hermana. En su agonía vénse junto a ella su rival de antes y su hijo.

 
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Frou Frou de Rubén Darío   Frou Frou
de Rubén Darío

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