Las ratas que en los momentos de calma deambulan por doquier, las
ratas.... malditas ratas, que corrompen aun mas el espíritu de los hombres....
los piojos que inundan sus cabezas, meciéndose a través de los duros cascos de
acero y que los terminan de enloquecer... es el infierno... muchachos... es el
infierno....
Muchos esperan que la próxima metralla se los lleve.......... la
paz... la paz eterna....
Mientras tanto, en Londres, la capital, del imperio mas grande del
siglo, tan grande como Roma en su esplendor, la reina reúne en el palacio del
Almirantazgo, al estado mayor conjunto, escucha las palabras de un distinguido
general de la Albión-Haig, su nombre (que coincidencia a los argentinos nos trae
recuerdos, o no)
Ante un mapa desplegado... frente a una bella mesa de madera
lustrada, ante imponentes sillones y cuadros que penden de las paredes, con los
retratos de los reyes, reinas, concubinas, lores, almirantes y generales y
todos, menos aquellos muchachos que cayeron y caen como moscas en los
frentes....
El general tomando su bastón de mando, depositado entre su brazo
izquierdo, con un extenso puntero extendido en su mano derecha y mirando
fijamente a la reina, marca un punto en el mapa de la Europa prácticamente
arrasada por la contienda.
El lugar, un pequeño afluente del Sena, en el norte de Francia,
marcando con el puntero sus meandros, muy cerca de la frontera germana, y
fijando su mirada en la reina y sin dar importancia alguna, al resto de los
personajes que rodean la enorme mesa, se dirige a ella y dice, con voz de
mando...