Los hechos se cuentan fragmentados en episodios -capítulos-, que
parecen escenas de películas; cinematográficamente contados a modo de guión,
como el incendio que provoca inconscientemente el hombre gordo del tercer
capítulo -cuando creemos ver las llamas-, las imágenes son fuertes,
precisas.
La desaparición de una muchacha, su búsqueda por parte de un
policía retirado, devenido en investigador, sirven al autor para denunciar
"supuestos" planes de la CIA y de sectores del gobierno de los Estados Unidos
-Imperio Romano de la Posmodernidad-, para adueñarse de las fuentes de energía
del mundo árabe en particular y del mundo en general, premisas de las que no se
salva la República Argentina, país del Sur de América que alguna vez fue rico y
ahora, en su debacle, deja gente subocupada, desocupada y viviendo en casas
tomadas o en la calle.
El sexo aparece también como producto de consumo y corrupción y
las escenas de amor entre los protagonistas aparecen con fuerte contenido
erótico y una dosis de ingenuidad que las hace interesantes, con visos de
poesía.
Si el tema de la búsqueda de la mujer desaparecida es el nudo de
la historia, análogamente tiene tanta implicancia la denuncia sobre la
corrupción, que ella misma se convierte en protagonista.
Como dije antes, hay visos de poesía en la prosa, con imágenes
como la del capítulo diez: "¿Y Luis?, se preguntó, mientras contemplaba el
infinito cielo plagado de estrellas y de esa luna amarillenta que asomaba del
Oeste". Esta descripción poética, si se me permite, es plástica porque perdura
la imagen.