Desaparecieron las bestias. Los satanes, despiertos, atisbaban a través de los cristales. Salomón, con una vaga angustia, contemplaba su propia imagen oscurecida en aquel que había hablado y a quien no podía dominar con sus ensalmos. Y el Negro iba a partir, cuando volvió a preguntarle:
-¿Cómo has dicho que te llamas?
-Salomón -contestó sonriendo-. Pero también tengo otro nombre.
-¿Cuál?
-Federico Nietzsche.
Quedó el sabio desolado, y preparóse para ascender, con el ángel de las alas infinitas, a contemplar la verdad del Señor.
El pájaro Simorg llegó en rápido vuelo:
-Salomón, Salomón: has sido tentado. Consuélate; regocíjate. ¡Tu esperanza está en David!
Y el alma de Salomón se fundió en Dios.