Por último otro de los puntos recogidos debe referirse, por
supuesto, al "carácter permanente" de la función pública. Existe multitud de
bibliografía sobre la conveniencia o no de ese carácter permanente, y no tiene
este libro la finalidad de ahondar más en ese debate. Sin embargo, aquí nos
plantearemos preguntas tales como ¿qué problemas plantea la dirección de un
grupo humano en el que no puedes despedir a nadie?, o ¿qué medios se pueden
manejar para incentivar a quienes no temen por su puesto de trabajo y no esperan
premios elevados en caso de lograr sus objetivos? No es éste el lugar donde
manifestarse a favor o en contra del despido en la función pública, y sí de
pensar en las ineficiencias que nos puede producir en la gestión de este tipo de
personal.
En este punto existe una clara separación entre lo que se puede
hacer en la empresa pública y en la privada. Podría pensarse, y de hecho es
frecuente pensarlo entre los directivos de la Administración, que con el despido
de personal se solucionarían muchos de los defectos que afectan a nuestro sector
público. Sin embargo, no es menos cierto que muchos de estos defectos se dan
también en grandes empresas donde existe ese riesgo de despido, aunque con un
carácter residual dada la elefantiasis de éstas, y en las que por tanto, el
personal directivo afronta en muchas ocasiones problemas similares a los de la
función pública.
Mi propia experiencia me lleva a cuestionarme si la eliminación
de ese carácter permanente del funcionariado supondría una mejora en el trabajo
desarrollado. Yo mismo me he encontrado haciendo el ejercicio teórico de un
expediente de regulación de empleo con el personal a mi cargo, y posiblemente
despediría casi a la mitad de ellos (al igual que, seguramente, algunos de ellos
me despedirían a mí). De inmediato contestaría que sí, que el hecho de despedir
a trabajadores que no están haciendo su trabajo correctamente y además están
perjudicando la labor de sus compañeros supondría una mejora en el rendimiento
de toda la unidad. Sin embargo, también me planteo llevar mis dudas más lejos,
más allá de este simple cuestionamiento, y preguntarme ¿cómo se ha llegado a los
niveles de desmotivación que me transmiten muchos de esos trabajadores a los que
con una visión simplista habría que despedir? ¿Esa falta de implicación es culpa
suya? ¿Del sistema? ¿Tal vez de sus jefes y directivos que no supieron
incentivarles? ¿Acaso éstos no tenían medios para hacerlo, o sí los tenían y no
estaban preparados para utilizarlos? Más adelante tendremos tiempo para
reflexionar sobre estos y otros asuntos relacionados con este tema.