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El laicismo fue igualmente olvidado como una antigualla liberal
del siglo XIX; la ideología nacional-popular de la mala izquierda la indujo a
rehabilitar las formas más supersticiosas y elementales de la religiosidad como
expresiones de la identidad nacional y de emoción popular. El rechazo de la
cultura occidental la llevó a apoyar a los fanáticos y oscurantistas movimientos
del fundamentalismo islámico, incluso a anacrónicas teocracias como las del
ayatolah Khomeini o las sangrientas guerras tribales en el Africa negra. En
América Latina se anudó una extraña pareja entre los curas tercermundistas, las
comunidades eclesiales de base y los guerrilleros, muchos de los cuales
surgieron del catolicismo. Esta vinculación con la Iglesia Católica le impidió a
la mala izquierda jugar un papel importante en las luchas a favor de la
transformación de las costumbres contra la represión en la vida cotidiana, la
discriminación de la mujer y los prejuicios sexistas. La izquierda clásica luchó
contra la discriminación de las minorías sexuales oprimidas: en 1895 Eduard
Bernstein defendió a Oscar Wilde -durante el proceso- desde las páginas del
Die Neue Zeit, el periódico del socialismo alemán. El diputado socialista
August Bebel defendió en 1898 en el Parlamento alemán la supresión de las leyes
contra la homosexualidad, y en 1901 una petición en el mismo sentido fue firmada
por eminentes socialistas como Hilferding, Kautsky y Bernstein. La legendaria
luchadora de izquierda Emma Goldmann fue la primera en defender los derechos de
los homosexuales en Estados Unidos, y otro tanto hizo Edward Carpenter en
Inglaterra. La mala izquierda, por el contrario, apoyó a regímenes como el de
Stalin y Fidel Castro, que despojaban en todos sus derechos a los homosexuales y
aun los encerraban en campos de concentración, como el célebre UMAP cubano.
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El vacilar de las cosas
de Juan José Sebreli
ediciones Editorial Sudamericana
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