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La mala izquierda, en cambio, desdeñaba a ésta como formalismo vacío y consideraba la necesidad de suprimir la libertad para imponer la igualdad, del mismo modo que la derecha liberal sostiene que para defender la libertad hay que sacrificar la igualdad. Debe recordarse al liberalismo que lo opuesto a libertad no es igualdad sino opresión, y a la mala izquierda, que lo opuesto a igualdad no es libertad sino desigualdad. Donde no hay libertad tampoco hay igualdad: la falta de un control democrático sobre la burocracia estatal hizo que en los regímenes estalinistas se pudiera imponer uno de los sistemas de desigualdad más escandalosos. La mala izquierda no podía, claro está, sino repudiar a la democracia política porque los capitalismos más avanzados -a los que combatía- tenían la costumbre de seguir manteniendo las formas democráticas que muchos de los países del Tercer Mundo -que amaba- no conocieron nunca, en tanto que los regímenes del Este llamados socialistas no eran una democracia burguesa pero tampoco, por cierto, una democracia socialista. La necesidad de justificar tantas dictaduras la llevó, inevitablemente, a la indiferencia por las libertades individuales que eran banderas de la izquierda clásica.

En mayor o en menor grado todos los regímenes con los que simpatizaba la mala izquierda se caracterizaban por la carencia de libertad de pensamiento, de prensa, de reunión, de huelga, de circulación; por la persecución de los disidentes y opositores y la inexistencia de organizaciones independientes del Estado; por el espionaje de la vida cotidiana, el control y la represión de las manifestaciones individuales más íntimas, incluida la sexualidad; por la institucionalización del terrorismo de Estado, de la tortura y los campos de concentración.

Los amigos de los regímenes estalinistas, campeones de las denuncias por las atrocidades cometidas en las sociedades capitalistas, se callaban cuando éstas ocurrían en países aliados o con intereses comunes a los suyos. Por ejemplo, toda denuncia de los crímenes cometidos durante la dictadura del general Videla fue boicoteada en los foros internacionales por los delegados de la Unión Soviética, China y Cuba. Los más prestigiosos representantes en la lucha por los derechos humanos -incluido algún Premio Nobel de la Paz- eran muy selectivos en sus reclamos; se exacerbaban por la violación de derechos humanos en el Chile de Pinochet, pero omitían, o aun negaban, hechos similares o peores en la Cuba castrista. La más mínima represión policial en países democráticos era calificada sin más como "genocidio", pero no denunciaron los mayores genocidios del siglo: el de los khmers rojos en Camboya, o el de la "Revolución Cultural china", a la que por el contrario exaltaron como un movimiento de liberación.

 
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El vacilar de las cosas de Juan José Sebreli   El vacilar de las cosas
de Juan José Sebreli

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