Después de la Segunda Guerra Mundial, las dictaduras
nacionalistas populistas del Tercer Mundo se proclamaron "socialistas" y también
"revolucionarias", y lo grave es que fueron creídas por las izquierdas y los
progresistas del mundo entero. Los fascismos y populismos constituyeron la
izquierda de la derecha, del mismo modo que los estalinismos fueron la derecha
de la izquierda.
En los años 60 y 70 los sectores más diversos creían, decían o
aparentaban ser de izquierda, socialistas o revolucionarios, aun aquellos que en
otras épocas hubieran sido ubicados inequívocamente a la derecha. Salvo
insignificantes grupos anacrónicos ya nadie quería ser de derecha; parecía que
la derecha había desaparecido del espectro Político. A partir de los 80 se
produjo el giro contrario; desde entonces se habla de la obsolescencia de la
izquierda, de la muerte del socialismo, del fin de las revoluciones, de las
utopías, de las ideologías, y algunos van más allá y proclaman el fin de
la historia.
No se trata de caer en un fundamentalismo, de retomar a la
pureza de los orígenes, pues debe admitirse que los conceptos políticos no son
entidades metafísicas definitivas y eternas, y se modifican de acuerdo con la
época y las circunstancias. En especial en la izquierda -que es un pensamiento
esencialmente dinámico y evolutivo- los contenidos no pueden permanecer
estáticos; en consecuencia, parecería inútil tratar de establecer comparaciones
entre la izquierda tal como se la entendía en los tiempos de Marx y la izquierda
de hoy, denunciar desviaciones de un eje que sería la "verdadera" izquierda.
Pero admitir la fluidez de los vocablos no es autorizar el "todo vale", caer en
la confusión de designar con nombres distintos al mismo fenómeno o con el mismo
nombre a fenómenos distintos, pues cuando se producen cambios de cierta magnitud
algo deja de ser lo que era y se transforma en otra cosa. Esto es lo que ha
ocurrido con la izquierda de nuestro siglo, que principalmente a partir de 1930
y más aún después de la Segunda Guerra Mundial, se fue alejando de los valores
que la definieron como tal, y confundiéndose cada vez más con formas no
tradicionales de la derecha, incluido el fascismo. Llamaré a esta tendencia, por
darle algún nombre, y aun reconociendo la imprecisión, la mala izquierda.
Excluyo de esta crítica a la social-democracia -en todas sus variantes- pues
desde el Congreso del Partido Social-demócrata Alemán de 1958 adhirió
abiertamente al capitalismo, constituyéndose en ala izquierda de la democracia
capitalista. No se identifica, por lo tanto, con la izquierda clásica que se
proponía la superación del capitalismo, pero tampoco con lo que llamamos la mala
izquierda, ya que cumple, dentro del sistema, un papel necesario de defensa de
las instituciones democráticas y a la vez de freno a la competencia salvaje, de
impulso a las reformas y de red de seguridad a los más desfavorecidos. Este
modelo, agotada la fórmula keynesiana -por desequilibrio fiscal, por
ineficiencia y por corrupción-, está también hoy en crisis. Al abandonar el
marxismo y aun el socialismo strictu sensu, la social-democracia no los
reemplazó por nada sino por el vacío teórico.